Introducción a la hermenéutica





HERMENÉUTICA 

NOTAS SEMANA UNO


Clase Uno: 

Introducción a la Hermenéutica


  1. Introducción.
  • La Hermenéutica es el curso más importante del seminario, especialmente para pastores y maestros, porque enseña cómo interpretar la Escritura correctamente. Sin un buen método de interpretación, todo lo que se haga con la Biblia estará equivocado (John MacArthur).
  • El curso balancea:
  • Teoría: ¿Por qué hacemos hermenéutica? ¿Por qué interpretamos la Biblia como lo hacemos?
  • Práctica: ¿Cómo leer la Biblia? ¿Cómo sacar una interpretación correcta?
  • Se abordará también la intertextualidad, es decir, cómo los autores del Nuevo Testamento citan y usan textos del Antiguo Testamento, entendiendo por qué y cómo se hace esto.

  1. Definiciones claves
  1. Hermenéutica
  • La palabra viene de Hermes, dios griego, intérprete de los dioses. En griego significa interpretar o traducir.
  • Ejemplos bíblicos:
  • 1 Corintios 12:10 habla del don de interpretar lenguas, es decir, traducir o interpretar idiomas.

A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas”.


Pablo esta hablando del don de lenguas, en donde algunos no solo tienen el don de hablar otros idiomas o lenguas, sino que otros tienen el don de poder interpretar esos idiomas; Es decir tienen el don de poder traducir en otros idiomas.  Esa palabra de interpretación de lenguas quiere decir hermenéutica de lenguas el cual se esta utilizando la palabra griega de hermenea, entonces la idea es de poder transmitir la idea de un idioma a otro. Pero también se usa la idea de interpretación, es decir dar sentido aun texto del mismo idioma: Se usa así en Lucas 24:27. 


  • Lucas 24:27 muestra a Jesús interpretando el Antiguo Testamento para sus discípulos, explicando correctamente su significado.

Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”.


Jesucristo hablando con esos hombres que no entendían el tema del Antiguo Testamento, no entendían de que el Antiguo Testamento hablaba de Jesucristo, es por eso que se dice, “ Y Jesucristo comenzando desde Moises, siguiendo por todos los profetas, les declaraba y esta es una forma de la misma raíz hermeneo,  en todas las escrituras lo que decían, en un sentido la idea aquí que él les interpretaba en todas las escrituras lo que decían, ellos habían leído el Antiguo Testamento, conocían los temas del Antiguo Testamento pero no habían interpretado el Antiguo Testamento correctamente. 


Es por eso que Jesucristo camina con ellos y empezando con Moises, es decir; comenzando con la Ley y siguiendo por el resto del Antiguo Testamento, él les explica, él les interpreta correctamente que es lo que esos textos de verdad significaban. Esto que acabamos de ver es el sentido original de la Palabra hermenéutica de que se trata de la interpretación de un idioma a otro o de un idioma al mismo idioma dando la explicación del sentido, del significado de un texto. 


  • En el mundo evangélico a lo largo de los siglos,  sé a creado una escuela en donde estudiamos el tema de cómo interpretar la Escritura y las reglas que usamos para interpretar la escritura. 
  • Definición clásica:
  • La ciencia de la interpretación.  

Esta definición fue adecuada hace 200 o 300 años cuando la ciencia se entendía como un conjunto de conocimientos basados en la observación y deducción de principios generales.


  • ¿Antiguamente cómo hacían ciencia? La Real Academia Española (RAE) define la ciencia como el conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación, a partir de los cuales se deducen principios y leyes generales.
  • La ciencia tradicional se basa en la observación directa y en la reproducción de fenómenos en el laboratorio para establecer leyes y principios. Sin embargo, en la actualidad, muchos campos científicos se apoyan en teorías especulativas, como la del Big Bang, que no pueden ser observadas ni reproducidas experimentalmente. Por ello, algunas afirmaciones modernas son más teorías que ciencia estricta. Un ejemplo claro de ciencia empírica es la gravedad: medimos la velocidad de caída de los objetos, reproducimos experimentos y, a partir de estos datos, establecemos leyes que explican cómo funciona el universo.


En otras palabras, hoy en día la ciencia es más especulativa en muchos campos. Por otro lado, la hermenéutica busca comprender las reglas lingüísticas que Dios estableció para comunicarse con el hombre, basándose en el imago Dei (imagen de Dios en el hombre), lo que nos permite entendernos mediante el lenguaje.


  • El principal desafío en la interpretación bíblica es evitar imponer nuestras ideas y permitir que Dios, como autor, defina el verdadero significado del texto. El mayor obstáculo en la interpretación bíblica es la tendencia humana a adaptar el texto a nuestras ideas preconcebidas, en lugar de dejar que el autor (Dios) establezca el significado. 


Lo que más impide a nuestra interpretación de la Escritura es que la tratamos a nuestro gusto, y si dice algo que no nos gusta lo tergiversamos  la verdad es que llegamos al texto ya sabiendo lo que queremos que diga.  En termino de hermenéutica llegamos al texto con muchas presuposiciones, de lo que el texto dice y significa y luego cuando leemos algo y no encaja con nuestra teología cuando no encaja con mi razón, cuando no encaja con lo que yo quisiera ver en mi universo, pues entonces adapto las reglas de la hermenéutica para que de el resultado que yo quiero. 


Es decir; Yo quiero ser el juez, yo quiero determinar el significado de la Escritura, en vez de que el autor establezca el significado de la Escritura y yo solo aplicar las reglas que aplico en cualquier otra declaración en un idioma humano.  


  • Existe una corriente postmoderna que sostiene que el lector determina el significado del texto, pero la hermenéutica bíblica tradicional rechaza esta idea, afirmando que el significado lo establece el autor divino.

Este movimiento moderno enseña que él que determina el significado de la Biblia no es el autor sino el lector. Esto es Hermenéutica post-moderna, el lector determina el significado del escrito, el significado lo determina el lector y no el autor, y esto no puede ser, porque Dios es el único que nos puede hablar de si mismo, una revelación, de él hacia nosotros, todo empieza con Él. 


  • El estudio de los principios que se usan para interpretar la Biblia

Si deseamos ver que las reglas que se usan para interpretar la biblia, no usando ciertas reglas para uno versículo y otras reglas para otros versículos, sino que son las mismas reglas que usamos para leer cualquier texto pero en particular la biblia para entenderla  — Esto es hermenéutica—. 


  1. La definición de algunos términos.
  1. Hermenéutica: El estudio de los principios para ver cómo interpretar la biblia.
  2. Inspiración: Cuando hablamos de inspiración en términos bíblicos, especialmente al leer una traducción tradicional como la Reina Valera, es importante distinguir dos aspectos fundamentales de la inspiración.
  • Inspiración de los autores 

Primero, la inspiración se refiere a la manera en que Dios guió a los autores humanos para que escribieran las Escrituras. Esto se explica claramente en 2 Pedro 1:20-21, que dice:

Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.”


Aquí se enfatiza que las profecías no son invenciones personales ni interpretaciones privadas de los profetas. Más bien, los profetas no originaron las profecías por sí mismos, sino que fueron guiados —o “llevados”, en el sentido original del texto— por el Espíritu Santo para comunicar exactamente lo que Dios quiso. Esta inspiración no es un simple impulso creativo, como el de un músico inspirado, sino un proceso mediante el cual Dios “carga” o “lleva” a los autores para que escriban fielmente Su mensaje.


Es importante afirmar que los santos hombres de Dios fueron inspirados, pero el problema en nuestra época es que muchas veces se queda solo en esta afirmación, sin profundizar en cómo se da la inspiración.

  • Inspiración del texto mismo

El segundo aspecto es que no solo los autores fueron inspirados, sino que el texto mismo es inspirado por Dios. Esto se evidencia en 2 Timoteo 3:16:

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia.”


Aquí no se habla solamente de los autores, sino de toda la Escritura como producto final, “exhalada” o inspirada por Dios. Esto significa que aunque hombres santos escribieron las palabras, el texto final es obra de Dios. Él fue el autor último que garantizó que no haya error en las Escrituras, porque Dios no puede ser autor de error.


Por lo tanto, cuando hablamos de inspiración, nos referimos a todo el proceso mediante el cual Dios guió a los autores humanos para escribir exactamente lo que Él quiso. Las palabras que tenemos en las Escrituras son específicamente escogidas por Dios para salvarnos y santificarnos, y constituyen un mensaje completamente suficiente, como afirma 2 Pedro 1:3, donde se dice que todo lo necesario para la salvación y santificación está escrito.


  1. Revelación. La revelación es cuando Dios da a conocer algo acerca de su carácter, su persona y lo que espera del hombre. En teología, la revelación se divide en dos tipos principales: revelación general y revelación especial.
  • Revelación General

La revelación general es la manifestación de Dios que recibe toda la humanidad. Según Romanos 1 y 2, todo ser humano tiene acceso a esta revelación.


En Romanos 1, se explica que todos pueden observar los atributos invisibles de Dios, como su eterno poder y divinidad, a través de la creación. Por ello, nadie tiene excusa para negar la existencia de un Creador. Sin embargo, muchas personas rechazan intencionalmente a Dios, a pesar de conocerlo, porque prefieren vivir en pecado y no rendir cuentas a Él.


Romanos 1:18 dice:

Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad.


¿A qué verdad se refiere? Romanos 1:20-21 explica:

“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido…”


Así, mediante la creación, el hombre llega a conocer que existe un Creador, pero detiene esa verdad por amor a su pecado y su injusticia, haciéndose culpable.


Además, en Romanos 2 se señala que Dios ha puesto una ley moral general en el corazón de cada persona. Por ejemplo, nadie necesita que le enseñen que matar es malo; su conciencia misma se lo indica y lo acusa cuando peca. Por medio de la creación y la conciencia, Dios revela no solo quién es Él, sino también quién es el hombre: un pecador que ha pecado contra Dios.


Esta revelación general es suficiente para condenarnos, pues no tenemos excusa. Sin embargo, no es suficiente para salvarnos. Por eso existe la revelación especial.

  • Revelación Especial

La revelación especial es la revelación que Dios ha dado a través de la Escritura. No se refiere a una parte especial de la Biblia, sino que la Biblia en su totalidad es la revelación especial, un conocimiento que no todo hombre posee por sí mismo.


La revelación especial nos muestra cómo podemos ser salvos, algo que la creación y la revelación general no pueden revelar por sí solas. Nadie puede leer las estrellas y llegar al evangelio; es necesario presentar el mensaje de salvación que se encuentra en la Escritura.


  1. Iluminación. Es fundamental entender la diferencia entre ilumiación, revelacion e inspiración en términos bíblicos. 
  • Primero, ninguno de nosotros será inspirado por Dios en el sentido en que lo fueron los autores bíblicos. La inspiración divina terminó en el primer siglo, cuando se completaron los 66 libros de la Biblia. En ese momento, con la finalización del libro de Apocalipsis, Dios dejó de dar nueva revelación especial.


Desde entonces, no hay más inspiración en cuanto a nuevas Escrituras o revelaciones directas de Dios. Lo que sí tenemos hoy es la iluminación del Espíritu Santo. Esto significa que el Espíritu Santo nos abre el entendimiento para poder comprender la Escritura ya revelada.


Muchas veces, al leer la Biblia, pedimos mal porque pedimos a Dios que nos revele algo nuevo. Aunque esta petición puede ser ingenua y sin mala intención, en realidad estamos pidiendo una revelación adicional, lo cual no es correcto. Dios no nos dará una nueva revelación, sino que nos promete iluminarnos, es decir, ayudarnos a entender la revelación que Él ya nos ha dado en las Escrituras.


Por lo tanto, lo que debemos buscar no es una revelación nueva, sino un entendimiento claro y profundo del texto bíblico que ya tenemos.



Clase Dos: 

Definición y Términos 


Inspiración, Revelación e Iluminación


A veces, las personas interpretan mal las promesas que Jesucristo dio a los apóstoles. Por ejemplo, en Lucas 12:11-12 se dice:

“Y cuando os lleven a las sinagogas y ante los gobernantes y las autoridades, no os preocupéis de cómo o de qué hablaréis en defensa propia, o qué vais a decir; porque el Espíritu Santo en esa misma hora os enseñará lo que debéis decir.”


Sin embargo, esta promesa no es para nosotros directamente. El Espíritu Santo no puede recordarnos algo que Jesús nos haya dicho personalmente, porque nosotros no estuvimos presentes en momentos como el Monte de los Olivos o el Sermón del Monte. Esa promesa fue dada a los doce apóstoles como un consuelo para ellos, asegurándoles que el Espíritu Santo les recordaría exactamente las palabras de Jesús.


Para nosotros, la seguridad está en que las Escrituras contienen las palabras exactas que Jesús y los profetas dijeron, porque el Espíritu Santo inspiró a los autores para que escribieran fielmente ese mensaje. La inspiración es un milagro divino.


La inspiración es el acto providencial mediante el cual Dios, en conjunto con nuestro esfuerzo y dedicación al estudiar el texto, abre nuestro entendimiento para captar la intención original del autor.


Por eso es fundamental diferenciar entre:

  • Iluminación: algo que debemos pedir constantemente, para que el Espíritu Santo nos ayude a comprender y aplicar la Palabra.
  • Revelación e inspiración: dones ya dados por Dios, por los cuales debemos dar gracias.

Podemos orar diciendo:
“Gracias porque inspiraste los textos sagrados. Gracias por darnos una revelación especial que contiene todo lo que necesitamos saber. ¡Ayúdame a entenderla! Ilumina mi mente para comprenderla y ponerla en práctica.”


  1. Sentido. Los términos sentido y significado se usan de manera casi sinónima para referirse a la intención que tuvo el autor al escribir un texto. Cuando un autor escribe, hay un sentido específico que él determina, es decir, lo que quiso comunicar.


La Escritura tiene una doble naturaleza: un autor humano y un autor divino trabajando en conjunto. Por ejemplo, en la carta a los Romanos, Pablo se presenta como autor humano: “Pablo, apóstol de Jesucristo…”, pero está inspirado por el Espíritu Santo. El texto físico pudo haber sido escrito por un amanuense como Tercio, pero el mensaje final es “exhalado” por Dios. Así, tenemos dos autores: Pablo, el humano, y Dios, el divino.


Una de las hermenéuticas (interpretaciones) mas peligrosas (según Josías Grauman, cuya opinión se analizará en estas semanas) es la idea de que Dios y el autor humano presentan verdades diferentes. Por ejemplo, se dice que Moisés escribió con una intención humana limitada, pero que Dios insertó un sentido más profundo o “sensus plenior” (sentido más pleno o mayor) que el autor humano no comprendía. Esta idea, común en la teología católica, sugiere que además del sentido literal y obvio del texto, hay un sentido oculto o más elevado que Dios añadió después.


Sin embargo, esta postura no es bíblica ni coherente con la inspiración entendida como la guía conjunta de Dios y el autor humano para escribir un solo significado. No existen dos sentidos distintos en un mismo texto.


Muchas veces, la dificultad para entender el sentido verdadero se debe a no considerar el contexto adecuado, especialmente en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, David, al escribir los salmos inspirado por Dios, no hablaba de sí mismo, sino que profetizaba acerca del Mesías. Pedro explica esto en Hechos 2:27, citando el Salmo 16, donde David ya sabía, por el pacto de Dios, que hablaba del Salvador y su resurrección.


La razón por la que algunos buscan un “sensus plenior” es porque no estudian el Antiguo Testamento en su contexto correcto. Piensan erróneamente que los autores del Antiguo Testamento eran ignorantes de las promesas mesiánicas, cuando en realidad conocían bien las profecías desde Génesis 3:15 y la promesa a Abraham de bendecir a todas las naciones.


El trabajo hermenéutico consiste en interpretar la Biblia según su contexto inmediato y su contexto canónico, conectando cada texto con el resto de la Escritura sin descontextualizarlo ni cambiar su sentido original. Cada vez que un autor bíblico cita otro texto, lo hace respetando su contexto.


A veces pensamos que los autores bíblicos sacan textos de contexto, pero esto ocurre porque nosotros no entendemos bien su intención. Por ejemplo, en Oseas 11:1, “De Egipto llamé a mi Hijo”, si se lee solo esa frase, parece referirse solo al Éxodo y a Israel. Pero el autor cita a Oseas para hablar de algo diferente, y debemos entenderlo en su contexto.


Por lo tanto, nuestro objetivo en la hermenéutica es identificar la intención del autor, entendiendo que no hay dos intenciones distintas: la intención de Dios y la del autor humano son una sola. Dios guió al autor para escribir exactamente lo que Él quiso comunicar.


Así, cuando estudiamos el contexto y el trasfondo, identificamos lo que Dios quiere comunicarnos a través del autor humano.

  1. Significado. El significado del texto bíblico se refiere a lo que el autor quiso comunicar a su audiencia original, no a lo que significa para nosotros hoy. El significado está determinado por la intención del autor en el momento en que escribió el texto.


La aplicación, en cambio, sí se relaciona con nosotros y cómo ese significado puede influir en nuestra vida actual. Por ejemplo, podemos preguntarnos: ¿Cómo debo aplicar este pasaje a mi vida? ¿Qué implicaciones tiene para mí? Estas son preguntas legítimas e importantes, pero no deben confundirse con el significado original del texto.


El autor es el único que tiene derecho a determinar el significado de su escrito. Esto no significa que los lectores no puedan sacar diferentes enseñanzas o aplicaciones, pero el significado original siempre depende de la intención del autor.


Una de las razones por las que muchas personas hoy rechazan la hermenéutica bíblica es porque no tienen al Espíritu Santo habitando en ellos. Dicen que es imposible definir el significado del autor basándonos en el texto, porque el autor no está presente para explicarnos su intención. Sin embargo, para los creyentes, el Espíritu Santo mora en nosotros, iluminándonos y ayudándonos a comprender el sentido original del escrito.


Así, el Espíritu Santo nos guía para entender el significado original de las Escrituras y cómo aplicarlo en nuestra vida.

  1. Implicación. La implicación del texto bíblico se divide en dos partes: una que tiene que ver con la audiencia original y otra que se relaciona con nosotros hoy.

Cuando hablamos del sentido y del significado, nos referimos a algo singular y específico. Por ejemplo, cuando Pablo escribe “Someteos los unos a los otros” o “Sed llenos del Espíritu”, él tiene en mente un solo sentido, una única intención clara de lo que significa ser llenos del Espíritu. Sin embargo, él también entiende que ese mandato puede tener múltiples implicaciones prácticas para la vida de sus oyentes.


Otro ejemplo es cuando Moisés dice que Dios es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. El significado es uno: Jehová es el Dios generacional que puede hacer y cumplir promesas a lo largo del tiempo. Pero de esa afirmación se pueden derivar muchas implicaciones. Por ejemplo, Jesucristo señala que una de esas implicaciones es que Abraham, Isaac y Jacob fueron resucitados, porque Moisés no dijo que Dios “fue” su Dios, sino que “es” su Dios. Esta implicación no forma parte del sentido singular original, sino que es una conclusión legítima que la audiencia original debía entender.


Además, aunque hay un solo significado —lo que Moisés, Pablo o Pedro quisieron comunicar a su audiencia—, después de interpretar ese sentido original, existen muchas implicaciones para nuestras vidas actuales. Por ejemplo, si Dios es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, entonces hay una resurrección, y si hay resurrección, debemos vivir a la luz de esa verdad. Pablo habla de algunas de estas implicaciones en 1 Corintios 15.


En resumen, es fundamental diferenciar entre:

  • El significado original, que se refiere a la intención única y específica del autor al escribir para su audiencia en ese momento.
  • Las implicaciones, que son múltiples y pueden aplicarse tanto a la audiencia original como a nosotros hoy.

Por lo tanto, podemos hablar de dos tipos de implicaciones:


(a) Implicaciones para la audiencia original
(b) Implicaciones para la audiencia actual


  1. Interpretación. La interpretación es el proceso mediante el cual identificamos el significado de un texto bíblico. Cuando llegamos a una interpretación, es el resultado de haber comprendido la razón por la cual, por ejemplo, Pablo escribió un pasaje; es entender lo que Pablo quiso comunicar.  
  • “La diferencia entre hermenéutica e interpretación es que la hermenéutica es el estudio de cómo hacer interpretación. En otras palabras, la interpretación es el acto de extraer el sentido del texto, mientras que la hermenéutica es la disciplina que nos enseña cómo interpretar correctamente ese texto.
  1. Exegesis: La exégesis es sinónimo de interpretación, pero se enfoca en hacer una interpretación correcta del texto bíblico, diferenciándola de una interpretación incorrecta o especulativa. Esta diferencia se explica con dos palabras griegas:
  • Exégesis: que significa “sacar de” (extraer el significado que ya está en el texto).
  • Eiségesis: que significa “poner dentro” (introducir ideas o suposiciones que no están en el texto).


Cuando interpretamos la Biblia, debemos hacer exégesis, es decir, extraer lo que el texto realmente dice. No debemos hacer eiségesis, que es llenar los espacios en blanco con nuestras propias ideas o especulaciones.


Por ejemplo, muchas veces en sermones escuchamos afirmaciones que no están claramente en el texto, sino que son suposiciones. Un caso es cuando se dice que Timoteo era muy tímido y temeroso, y por eso Pablo le exhorta a “ser varón” o “portarse varonilmente”. ¿Cómo sabemos que Timoteo era tímido? ¿Es eso exégesis o especulación basada en la exhortación?


El texto solo muestra una exhortación a comportarse con valentía, pero no dice que Timoteo fuera tímido o pecador en ese momento. Decir que Timoteo era tímido es especular, es hacer eiségesis, porque estamos llenando espacios en blanco con suposiciones que el texto no afirma.


La exégesis estrictamente se basa en lo que el texto dice, el “texto negro”, mientras que la eiségesis camina por los “espacios blancos”, llenándolos con ideas propias.


Por lo tanto, la exégesis correcta implica explicar y entender lo que el texto dice explícitamente, sin añadir interpretaciones personales o no fundamentadas.


Clase Tres: 

Definición de Términos II


  1. Aplicación. Es La aplicación ocurre cuando el Espíritu Santo nos ayuda a cambiar nuestras vidas basándose en el significado del texto bíblico. Es algo específico que se dirige al individuo.


Para diferenciar entre implicación y aplicación, el pastor John MacArthur señala que la implicación se refiere a las enseñanzas generales que aplican a todos los creyentes. Como predicadores, debemos enfocarnos en explicar el significado del texto y luego hablar a toda la congregación sobre lo que debemos hacer en base a esas implicaciones, como estar agradecidos o amar a nuestras familias.


La aplicación, en cambio, es personal y específica. Es cuando el Espíritu Santo trae convicción a la vida de un individuo en una situación particular. Por ejemplo, cuando estás en tu trabajo y enfrentas una circunstancia difícil, el Espíritu Santo puede recordarte que debes estar agradecido en ese momento exacto. Saber cómo aplicar el texto en esa situación concreta, como orar de una manera específica, es aplicación.


En la predicación, MacArthur enfatiza que si llegamos a ser demasiado específicos —por ejemplo, diciendo “cuando te pase esto, debes responder así”—, solo estaremos hablando a un pequeño porcentaje de la iglesia (quizá el 2%), en lugar de exhortar a todos.


Aunque esta diferencia puede parecer arbitraria, podemos decir que:

  • Implicación: enseñanzas generales que aplican a toda la comunidad de creyentes.
  • Aplicación: acciones específicas para la vida individual de cada persona.
  1. Exposición. La exposición consiste en explicar el significado del texto bíblico y cómo vivir de acuerdo con ese significado. Es fundamental aplicar tanto el significado como la aplicación e implicación del texto en nuestra vida.


Jesucristo, al hablarnos de nuestro deber de enseñar, no nos dice que debemos “enseñar a nuestros discípulos todas las cosas que nos ha mandado”, sino que debemos “enseñar a que guarden todas las cosas que nos ha mandado”. Esto implica que, como expositores, nuestro deber es enseñar a las personas cómo obedecer lo que Dios ha revelado.


Para lograr esto, primero necesitamos explicar claramente el significado del texto, luego enseñar cómo obedecerlo, es decir, cómo guardarlo. Este principio se observa a lo largo de la Biblia, desde Moisés hasta todos los demás autores. Moisés no solo dio la ley, sino que también exhortó a que se guardaran sus mandamientos.


El orden correcto para la exposición, según Esdras en Nehemías 8:8, es:

  • Estudiar el texto.
  • Llegar a la interpretación correcta.
  • Aplicarlo en nuestra propia vida.
  • Explicar a otros cómo entenderlo y aplicarlo.

Así, la exposición bíblica no solo transmite conocimiento, sino que también motiva a la obediencia práctica.


  1. La hermenéutica literal, gramática, histórica.


La hermenéutica que se utiliza en The Master’s Seminary es la hermenéutica literal, gramática e histórica (también conocida como gramático, término derivado del latín). No se trata de una hermenéutica alegórica, simbólica ni exclusivamente cristo-céntrica. Aunque comprendemos que toda la Biblia habla de Jesucristo, no buscamos encontrarlo donde no está. Nuestro objetivo es hacer exégesis, es decir, extraer lo que el texto afirma claramente.


Si hacemos una interpretación correcta, encontraremos a Cristo a lo largo de toda la Biblia porque Él está presente; pero si intentamos forzar su presencia en cada versículo, podríamos encontrarlo en lugares donde no se presenta. Por eso, la meta es una hermenéutica literal, gramática e histórica.


Originalmente se usaba el término grammatico histórico, palabra latina donde grammatico significa literal. Con el tiempo, este término causó confusión, por lo que hoy se prefiere hablar de gramática histórica para referirse a interpretar la Escritura en su sentido original.


  1. Literal: Literal significa entender las palabras en su sentido normal y común. Por ejemplo, si escuchamos “naranja”, no pensamos en “pared”. Literalmente, la palabra se entiende en su sentido habitual. Por supuesto, hay figuras literarias, como símiles, que deben interpretarse según su contexto. Por ejemplo, si digo “era como una naranja”, la palabra “como” indica una comparación, no una afirmación literal de que algo es una naranja.


En la Biblia hay símbolos y figuras, y eso debe entenderse correctamente. La interpretación literal busca entender cómo la audiencia original habría comprendido el texto sin añadir significados extraños. Por ejemplo, cuando Pablo exhorta a los Romanos, queremos saber qué quiso decir con sus palabras en su sentido literal.


Después de la exposición, si Pablo estuviera presente, debería poder decir: “Esto es exactamente lo que quise comunicar”, y no: “¿De dónde sacaste eso? Eso no tiene nada que ver con mi intención”. Nuestro objetivo es agradar a Dios entendiendo que la intención divina y humana son una sola.


  1. Histórica: La hermenéutica histórica reconoce que detrás de cada escrito hay un contexto histórico real: un tiempo, un lugar, circunstancias, y una audiencia específica. Por ejemplo, el autor vivía en una ciudad particular y estaba rodeado de otras naciones y situaciones concretas que influyeron en el mensaje.

La Biblia no es un mito teológico o un poema simbólico sin base histórica. Cuando Dios dice en Génesis 1 que creó todo en seis días de 24 horas, debemos entenderlo según el sentido normal dentro de un contexto histórico real.


  1. Gramática. La gramática es fundamental para interpretar correctamente el texto. A veces, cambiamos el sentido de las Escrituras por no respetar la voz verbal o las reglas gramaticales. Por ejemplo, en Hebreos 12:16-17 se habla de Esaú, quien “por una sola comida vendió su primogenitura”. El texto dice que, aunque Esaú deseaba heredar la bendición, fue desechado y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque lo procuró con lágrimas.


Algunas interpretaciones sugieren que Esaú tuvo una última oportunidad para arrepentirse, pero esto no es posible gramaticalmente. El pronombre femenino en el texto no se refiere al arrepentimiento, sino a la bendición que Esaú buscaba con lágrimas. Esaú lloraba por la bendición, no se arrepentía, porque Dios siempre recibe al pecador arrepentido.


La exhortación es que podemos alejarnos tanto de Dios que lleguemos a un punto donde no podamos arrepentirnos, no porque Dios no quiera perdonar, sino porque endurecimos tanto nuestro corazón que rechazamos su perdón. Un ejemplo es Judas, quien tras años con Jesús, terminó endurecido y se suicidó sin pedir perdón, lo que le habría sido concedido si lo hubiera hecho.


Por eso, la precisión gramatical es crucial. Si el texto dijera “aunque lo procuró con lágrimas”, sería otra cosa, pero no es así. Esto confirma la inspiración perfecta de las Escrituras y la importancia de interpretar respetando las reglas del idioma original.Dios preserva su Palabra perfectamente, pero está escrita en un idioma humano con reglas gramaticales que debemos respetar para entender correctamente el mensaje. No podemos ignorar estas reglas ni interpretar el texto fuera de su contexto lingüístico y cultural.

 


B. Necesidad.

Necesidad de estudiar hermenéutica 


  • ¿Es necesario estudiar hermenéutica? La respuesta es sí, porque Dios nos manda interpretar Su Palabra correctamente. En 2 Timoteo 2:15 se nos exhorta:

Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.”

  1. Dios nos manda  a interpretar Su Palabra correctamente, 2 Ti 2:15 La palabra “usa” implica interpretar adecuadamente. No interpretar correctamente la Palabra es desobedecer este mandato. El texto asume que esta tarea no es fácil, pues habla de “procurar con diligencia”. Ser obrero implica trabajo, precisión y esfuerzo para interpretar bien la Palabra de verdad.


En un mundo ecuménico donde es fácil acomodar las palabras según conveniencia, nuestro deber es interpretar con diligencia y fidelidad. Si Pablo quiso comunicar algo y yo saco otra cosa, estoy pecando. Por eso debo esforzarme en interpretar correctamente. No se trata de ser experto en muchos libros, sino de conocer bien un solo libro: la Biblia. Es triste que muchos maestros ni siquiera hayan leído la Biblia completa, lo cual va en contra del mandato de estudiar diligentemente la Palabra.


  1. La hermenéutica cambia la forma en que entendemos y obedecemos la Biblia. Santiago 1:21-22 dice:

Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.


La Biblia nos exhorta a ser hacedores, no solo oidores. Un ejemplo práctico es un carro mal ensamblado: si leemos mal las instrucciones, lo armaremos mal. Si interpretamos las instrucciones al revés, nuestras acciones serán incorrectas. Esto sucede cuando obedecemos mal porque interpretamos mal la Palabra.


  1. Estamos distanciados del texto original. Vivimos en una cultura y época muy diferentes a la de Abraham o Moisés, quienes hablaban hebreo y vivían en contextos muy distintos.
    • Idioma. El idioma original es muy diferente y requiere esfuerzo para entenderlo, incluyendo el uso frecuente de diccionarios para captar el significado correcto de las palabras.
    • Cultura. Además del idioma, debemos entender la cultura. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, cuando la esposa de Potifar le quita la túnica a José, no es simplemente una chaqueta como la que conocemos, sino que representa algo más serio en su contexto cultural. Comprender estas diferencias culturales es esencial para interpretar correctamente.
    • Geografía. También la geografía influye. Por ejemplo, cuando se dice que bajan de Jerusalén, es porque Jerusalén está en una altura mayor, por lo que descender implica un cambio de nivel. Sin conocer la geografía, no entenderemos bien el texto.
    • Historía. La historia es otro factor clave: ¿Quién amenaza a Israel? ¿Quién es el rey en ese momento? Conocer estos detalles históricos nos ayuda a comprender mejor el mensaje. 


Nuestra meta no es adaptar la Biblia a nuestros tiempos, sino transportarnos a la época y contexto original para entender el texto como fue recibido por su audiencia. Esto es la esencia de la hermenéutica: ponerse en la piel de la audiencia original para recibir el texto en su sentido correcto.


  1. Interpretar equivocadamente a la Escritura guía a la perdición, 2 Ped. 3:14-18. 
  • Peligro de interpretar equivocadamente la Escritura: Interpretar incorrectamente la Escritura puede conducir a la perdición, como advierte 2 Pedro 3:14-18:


Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición. Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.


  1. Difíciles de entender; El pasaje señala que hay partes difíciles de entender en las Escrituras, por lo que es necesaria la hermenéutica para interpretarlas correctamente. Muchas personas que leen la Biblia la tuercen para su propia perdición. Esto no se aplica a los creyentes verdaderos, sino a los falsos, pues el peligro está en interpretar mal la Palabra.


La mala interpretación es fruto de una mente no regenerada, de una persona natural e incrédula. Por eso, torcer la Escritura y malinterpretarla es un camino que lleva al infierno. Como creyentes, no podemos andar por ese camino; debemos buscar entender correctamente la Palabra.


No estoy diciendo que un creyente pueda malinterpretar la Escritura hasta perder su salvación, sino que muchos incrédulos llegan a la perdición por interpretar erróneamente la Palabra. Esta realidad me exhorta y anima a estudiar y entender bien la Biblia, de la misma manera que la conciencia del pecado de la fornicación me anima a huir de ese pecado.


En resumen, la mala interpretación de las Escrituras es un pecado serio que conduce a la perdición, y por eso debemos alejarnos de ella y buscar siempre la correcta interpretación



Clase Cuatro: 

La necesidad de la hermenéutica


Estamos hablando de la importancia de hacer una buena hermenéutica, y para ello comenzamos desde un enfoque negativo: el hombre tiende a malinterpretar la Escritura. No es que, por norma general, estemos forzando la interpretación para hacerlo bien, sino que, tristemente, la humanidad en general —y aun muchos cristianos— tienden a hacer un mal trabajo al interpretar la Biblia. Por ejemplo, muchas veces abrimos nuestros versículos diarios sin interpretarlos en su contexto adecuado. Por eso es necesario esforzarnos y trabajar en una interpretación correcta.


  1. El hombre lleva sus presuposiciones al texto porque quiere ser el juez de lo que dice la Bíblia. Esto es más evidente en los incrédulos, ya que el hombre natural no puede interpretar correctamente la Escritura porque esta debe discernirse espiritualmente.


Muchos cristianos, debido a su teología previa, llegan al texto con ideas preconcebidas y piensan: “Eso no puede significar eso”. Pero, ¿quién decide el significado? ¿Quién es el juez: tú o el texto? ¿Tú o Dios? Así nacen las herejías.


Dios es más grande que nuestra capacidad de entender, por lo que debemos acercarnos al texto dispuestos a someternos y a creer lo que dice, aunque no lo entendamos al 100%. Tristemente, a menudo llegamos con ideas ya decididas sobre cómo es Dios y cómo es el hombre, basadas en nuestra propia carnalidad, y eso nos lleva a interpretaciones equivocadas. Por ejemplo, alguien puede decir: “Estoy seguro de que yo escogí a Dios, así que no me hables de predestinación” o “Yo amé primero a Dios”. Pero el texto dice: “Me amas porque te amé primero”. ¿Qué haremos ante esto? ¿Nos sometemos al texto o nos convertimos en jueces y adaptamos la Biblia a nuestro gusto?


El hombre tiende a aferrarse a sus presuposiciones en lugar de aceptar lo que el texto realmente dice.


  1. La tendencia del hombre a tergiversar la Escritura. El hombre tiende a tergiversar la Escritura, y diferentes escuelas de hermenéutica contribuyen a esta distorsión. Un ejemplo claro es la hermenéutica de la razón, que se basa en la idea de que la razón humana debe gobernar y decidir la interpretación.
  • La hermenéutica de razón Gén. 2:1-2.  se afirma que Dios creó todo en seis días. Sin embargo, muchos liberales niegan esta afirmación porque su razón no puede comprenderla. Llegan al texto con la idea de que, si no pueden entenderlo, entonces no puede ser verdad. Esta postura es común entre incrédulos, como los mormones, quienes usan su propia versión de la Biblia para hacerla “más comprensible” y presuponen que lo que no entienden no puede ser cierto. Esta es una falacia.


Esta actitud explica por qué algunos falsos niegan la creación, la resurrección y los milagros de Jesucristo. Incluso algunos cristianos luchan con conceptos difíciles como la elección divina y la responsabilidad humana. Por ejemplo, entienden que si alguien va al infierno es por su culpa, pero que la salvación es exclusivamente por la gracia y elección divina, algo que no logran conciliar en su mente. Al no poder entender estas verdades simultáneamente, concluyen que no pueden ser ciertas.


De manera similar, algunos razonan como los testigos de Jehová, que niegan la Trinidad porque no pueden comprender cómo Dios puede ser tres y uno al mismo tiempo. Pero la cuestión no es comprenderlo plenamente, sino creer que lo que el texto afirma es verdad porque Dios lo dice y lo revela.


En resumen, la razón humana a menudo se coloca por encima de la Escritura, lo que lleva a tergiversar el mensaje bíblico.

  • La hermenéutica de experiencia. En 1 Juan 4:19 y 1 Corintios 14:27-28 se nos dan principios importantes sobre la interpretación bíblica y la experiencia espiritual.


Por ejemplo, en nuestros tiempos es común que muchas personas hablen en lenguas, incluso en inglés, sin traducción, lo cual está mal según Pablo en 1 Corintios 14:17. En ese pasaje, cuando todos los dones y señales de los apóstoles eran vigentes, se establece que no deben hablar más de dos o tres personas en lenguas, y siempre con interpretación.


Estoy seguro de que el Espíritu Santo jamás obligaría a una persona a desobedecer Su Palabra, por lo que algo que contradiga la Escritura no puede ser de Dios.


Algunas personas dicen que sienten la Palabra, que sienten calor, como el fuego de lenguas, y que el Espíritu Santo mueve su lengua. Sin embargo, si un espíritu mueve tu lengua en contra de la Palabra, no es el Espíritu Santo, porque Él nunca iría en contra de la Palabra.


El punto aquí es que, aunque el texto diga una cosa, si la experiencia personal dice otra, muchas veces se antepone la experiencia a la Palabra de Dios.


La cuestión es si estamos dispuestos a invertir y permitir que la Palabra de Dios esté por encima de nuestra experiencia, que sea la Palabra la que reine en nuestra vida, y que nuestra razón y experiencia se interpreten en base a lo que dice el texto. Muchas veces no estamos dispuestos a hacer esto.


  1. La hermenéutica de tradición. En Mateo 15:9, Jesús reprende a quienes enseñan tradiciones humanas como si fueran mandamientos de Dios. La tradición de nuestra iglesia muchas veces es valiosa y no mala en sí misma, pero se vuelve un problema cuando la enseñamos como si tuviera la misma autoridad que la Palabra de Dios.


Podemos perder mucho al despreciar la historia de la iglesia y el ejemplo de nuestros hermanos en la fe, y también caer en orgullo al pensar que somos los únicos que hacemos exégesis correcta. Recibimos la estafeta de la sana doctrina, y la tradición sana es importante para preservar la fe. Sin embargo, cuando la tradición teológica se pone a la par o por encima de la Escritura, se convierte en pecado.


De la misma manera, la experiencia espiritual es buena y necesaria, pero se vuelve pecado si la colocamos al mismo nivel o por encima de la Palabra de Dios.


La tradición puede ser útil, por ejemplo, al leer cómo los primeros pastores de la iglesia primitiva interpretaron la Biblia. Ellos entendían el griego mejor que nosotros, pues era su lengua materna, lo que hace valioso su testimonio. Pero tomar sus palabras como si fueran iguales o superiores a la Biblia es pecaminoso.


  1. La hermenéutica de teología. La hermenéutica de teología se refiere a la práctica de acercarse al texto bíblico con una caja teológica ya definida, como ser calvinista, arminiano, amilenialista o premilenialista. Es decir, ya tenemos un sistema teológico o caja sistemática y obligamos al texto a encajar dentro de ese sistema.


Sin embargo, si hiciéramos una buena exégesis, en ocasiones tendríamos que modificar nuestro sistema teológico para ajustarlo a lo que el texto realmente dice. Muchos no están dispuestos a hacer estos ajustes porque creen haber llegado al sistema correcto y definitivo.


No debemos ponernos etiquetas como “soy de Calvino” o “soy reformado” por encima de ser bíblicos. Si al hacer una buena exégesis el texto no encaja con nuestro sistema teológico, no significa que debamos desechar todo y buscar otro sistema, sino que debemos estar abiertos a corregir y ajustar nuestra comprensión.


Como Pablo dice en Efesios 4, hay personas que saltan de una doctrina a otra como el viento, buscando el sistema humano perfecto. No existe un sistema perfecto, aunque algunos son mejores que otros. Lo importante es estar dispuestos a modificar nuestro sistema cuando el texto bíblico así lo demande.


Al acercarnos al texto, debemos estar dispuestos a creer y obedecer lo que dice. Si algo no concuerda exactamente con nuestra teología, la teología no debe estar por encima de la exégesis. El orden correcto es primero hacer una exégesis fiel y luego construir la teología basada en esa interpretación.


  1. La hermenéutica postmodernista. La hermenéutica postmodernista sostiene que el significado del texto lo define el lector o el texto mismo, y no el autor original. En este enfoque, se podría decir: “Hermano, dime qué significa para ti”, pero eso no es lo importante. No importa lo que signifique para mí o para ti; lo que realmente importa es saber qué significa para Dios, porque Él es el autor del texto y el que nos juzgará. Por lo tanto, necesitamos interpretarlo conforme a lo que Dios quiso comunicar.


  1. La hermenéutica alegórica. Si tuviera que identificar una hermenéutica que ha afectado de manera dañina a la iglesia en Latinoamérica hoy en día, sería la hermenéutica alegórica. Aunque en muchas áreas de la reforma, como la justificación y la soteriología, se avanzó, aún persisten elementos de esta hermenéutica.


En los primeros siglos de la iglesia, existía una clara esperanza en un reino físico: los judíos esperaban una nueva tierra, y Juan describe en Apocalipsis una nueva Jerusalén donde se disfrutaría físicamente de la presencia de Dios. Los primeros pastores hablaban de un estado eterno real, no de espíritus sentados en nubes tocando arpas.


Sin embargo, con San Agustín y la iglesia católica romana, hubo un retorno a la filosofía griega de Platón, que consideraba la materia como algo malo. San Agustín, quien odiaba su carne debido a la fornicación, también veía la materia negativamente. Esta perspectiva llevó a una interpretación incorrecta de las Escrituras.


Este es un ejemplo de algo que no fue completamente reformado durante la Reforma protestante. Aunque los reformadores hicieron esfuerzos para corregir la hermenéutica católica, no lograron eliminar por completo la hermenéutica alegórica. La alegoría consiste en ver el texto y luego especular sobre lo que simboliza, lo cual es muy subjetivo porque se basa en lo que el texto no dice explícitamente.






Apéndice 1

Inspiración y Canon por Duvall y Hays


Introducción

A lo largo de Entendiendo la Palabra de Dios hemos trabajado con la presuposición de que la Biblia es la Palabra de Dios inspirada. Por otra parte, con el término «Biblia» nos referimos a los sesenta y seis libros del canon protestante. En este apéndice queremos exponer la base de tal presuposición. Normalmente, éste no es un tema que se incluye en los libros de texto de hermenéutica bíblica (el arte de estudiar e interpretar la Biblia). No obstante, en los últimos años ha habido tal proliferación de literatura popular que cuestiona la idea tradicional de la naturaleza de la Biblia que hemos creído importante tratar esta cuestión, aunque sea brevemente, en este libro.


Inspiración

La principal razón por la que estudiamos la Biblia es el deseo de escuchar la Palabra de Dios para nosotros. La Biblia fue escrita por numerosos autores humanos, sin embargo su aspecto divino está inseparable y misteriosamente entretejido en cada versículo. El término que utilizamos para describir esta relación entre el papel divino y el humano es «inspiración». La inspiración puede definirse como el proceso por el que Dios se dirigió a ciertas personas, incorporando sus capacidades y estilos, a fin de revelar su mensaje a la Humanidad.


Pablo explica el concepto de inspiración en 2 Timoteo 3:16–17:


Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra (LBLA).

Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra (NVI).


La palabra griega clave que Pablo utiliza en el versículo 16 es theopneustos. Como vemos, los traductores de las principales versiones en español han traducido esta palabra como «inspirada», (LBLA, NVI). El término theopneustos significa literalmente «exhalada por Dios», que es la traducción que ha escogido la NVI (Nueva Versión Internacional). Este versículo nos dice mucho acerca del modo en que se elaboran las Escrituras. El origen de la acción es Dios, y el método se describe con la expresión, «exhalada por Dios». El alcance de la inspiración se extiende a toda la Escritura. Cuando Pablo habla de «toda la Escritura» tiene sin duda en mente todos los libros canónicos del Antiguo Testamento, y su concepto se extiende también a todos los versículos de esos libros. Además, en el tiempo en que Pablo escribió 2 Timoteo, probablemente la Iglesia había ya comenzado a aplicar la palabra «Escritura» también a aquellos escritos del Nuevo Testamento que se habían terminado y circulaban por las iglesias.


Obsérvese también que son las Escrituras las que se califican de inspiradas, no los autores. Esta es una distinción importante. En ocasiones, el término inspiración se utiliza para referirse a algo que le sucedió al autor de un texto. En este versículo Pablo declara que, lo que ha sido inspirado por Dios y tiene, por tanto, un valor infinito para quienes deseamos seguir a Cristo, es el producto escrito final.


Otro versículo fundamental es 2 Pedro 1:20–21:


Ante todo, tened muy presente que ninguna profecía de la Escritura surge de la interpretación particular de nadie. Porque la profecía no ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios, impulsados ​​por el Espíritu Santo.


Este versículo subraya también el origen divino de las Escrituras. ¿De qué manera participará en el proceso los autores humanos? Fueron «impulsados» por el Espíritu Santo. La palabra griega que se utiliza aquí denota a menudo el impulso que un velero recibe por parte del viento.


Por tanto, en el texto bíblico se describe la inspiración como un proceso en el que los autores humanos son «impulsados» por el Espíritu Santo para producir un documento «exhalado por Dios». De modo que, en dicho proceso participan unos autores humanos, el Espíritu Santo, y el producto final (la Biblia) es inspirado por Dios.


Las implicaciones de una Biblia inspirada son inmensas. Probablemente, tú mismo no estarías leyendo este libro si no creyeras en la inspiración de la Biblia y, ciertamente, nosotros no nos habríamos tomado la molestia de escribirlo. Lo que hace de la inspiración algo tan especial es que le da al texto bíblico la misma autoridad sobre nuestra vida que tendrían las palabras habladas directamente por Dios. Nuestra meta en la vida debería ser entenderle correctamente, buscando en el texto bíblico el significado que Él ha dado a sus palabras (no el que nosotros nos imaginamos o el que nos gustaría que tuviesen).

¿El huevo o la gallina?


Algunos han planteado la pregunta, ¿qué viene primero, la fe en Cristo o la creencia en la inspiración de la Biblia? ¿Creen los cristianos en Jesús por su convicción de que la Biblia está inspirada, o acaso confían en que la Biblia está inspirada porque creen en Jesús? En nuestro caso, tanto Scott como yo, creímos en Jesucristo cuando éramos todavía muy jóvenes, mucho antes de considerar en serio la cuestión de si la Biblia era o no la revelación de Dios. Más adelante, a medida que fuimos creciendo y comenzamos a leer la Biblia de un modo más serio, experimentamos que ésta incidía en nuestra fe, reafirmándola y fortaleciéndola. Desde nuestra perspectiva existencial, la Biblia nos parecía una obra evidentemente digna de confianza y verdadera, y todavía nos lo sigue pareciendo después de nuestros años de formación académica. De modo que, ¿se inició este proceso con nuestra fe en Cristo? Por otra parte, cuando éramos niños, todo lo que aceptábamos por la fe acerca de Jesús procedía de la Biblia; creyendo pues en Él, estábamos de hecho creyendo en el relato bíblico. Así que, ¿se inició este proceso con nuestra fe en la Biblia? ¿El huevo o la gallina?


En la actualidad, tenemos la impresión de que ambas cosas van juntas y son inseparables. Creemos en la inspiración y veracidad de la Biblia porque conocemos a Jesucristo, y conocemos a Jesucristo mediante el testimonio de la Biblia. En este apéndice presentamos una breve defensa de las Escrituras como texto digno de confianza y verdadero. Sin embargo, nuestra convicción en la veracidad de la Biblia no puede nunca reducirse a un argumento intelectual que demuestra racionalmente que la Biblia es absolutamente cierta y que, por tanto nos fuerza, si queremos ser coherentes con los hechos, a creer en Jesús como el Hijo de Dios. Es bueno que seamos capaces de presentar una defensa clara y lógica de la inspiración y veracidad de la Biblia, no obstante nuestra relación con Jesucristo no depende de nuestra capacidad para desarrollar una defensa racional de la inspiración bíblica.


Inerrancia


¿Hasta qué punto es exacta la Biblia? ¿Cuán extensiva es la verdad de la Biblia? ¿Está por completo libre de error? Aun dentro de los ambientes evangélicos, entre aquellos que afirman la inspiración, existe un cierto desacuerdo en cuanto a cuestiones relacionadas con la inerrancia. Creemos que es útil analizar algunos pasajes del Nuevo Testamento donde Jesús utiliza las Escrituras (ie, el Antiguo Testamento). ¿Cuál es su punto de vista acerca de la Biblia?


En Mateo 5:17–18 el Señor afirma: «No penséis que he venido para abolir la ley o los profetas; No he venido para abolir, sino para cumplir. Porque en verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla». Jesús vino a cumplir la ley hasta el detalle más mínimo (habla no solo de la letra más pequeña, sino de los minúsculos trazos que distinguen a una letra de otra). Aunque en este texto Jesús habla en sentido figurado, lo que quiere decir es que su propósito era cumplir el Antiguo Testamento en sus detalles más insignificantes. Esto implica que las Escrituras son dignas de confianza incluso en sus pormenores más insignificantes.


De igual modo, Jesús dice en Mateo 22:31–32: «Y en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: 'Yo soy el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob'? Él no es Dios de muertos, sino de vivos». En estos versículos Jesús basa su argumento en el tiempo verbal. En su refutación de aquellos que negaban la resurrección, Jesús señala la afirmación en tiempo presente que Dios hace en el Antiguo Testamento cuando dice: «Yo soy el Dios de…».


Observemos, por último, que en Mateo 22:41–46 Jesús desarrolla un argumento a partir del uso del pronombre «mi». El texto dice:


Estando reunidos los fariseos, Jesús les hizo una pregunta, diciendo: ¿Cuál es tu opinión sobre el Cristo? ¿De quién es hijo? Ellos le dijeron: De David. Él les dijo: Entonces, ¿cómo es que David en el Espíritu le llama «Señor», diciendo: «Dijo el Señor a mi Señor: 'sientate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies'»? Pues si David le llama «Señor», ¿cómo es Él su hijo? Y nadie pudo contestarle ni una palabra, ni ninguno desde ese día se atrevió a hacerle más preguntas.


Parece, pues, que Jesús trataba el Antiguo Testamento como un registro riguroso y libre de errores hasta en los tiempos verbales y pronombres utilizados en su redacción. Esto nos parece un buen modelo a seguir. No obstante, tengamos en cuenta que este nivel de exactitud solo se encuentra en los manuscritos autógrafos. Los errores de los copistas o de los traductores quedan fuera del parámetro de la expresión «exhalada por Dios».


De hecho, no creemos que el término «inerrancia» sea el mejor que podamos utilizar en esta exposición puesto que no todo el mundo define el concepto de «error» de la misma manera. Por tanto, para poder hablar con propiedad acerca de errores o ausencia de ellos, es muy importante que definamos exactamente lo que entendemos por «error». En materia de inerrancia, los argumentos se hacen con frecuencia un tanto confusos por la imprecisa definición de este término. Si Mateo relata un episodio de la vida de Jesús de manera distinta que Lucas, ¿es esto un error? Nosotros no creemos que lo sea (ver el Capítulo 15, acerca de los Evangelios). En ocasiones, sin embargo, la Biblia puede ser compleja y contener lo que nosotros llamamos «tensiones». Por nuestra parte nos inclinamos a sostener que estas «tensiones» son intencionadas, y que no están en el texto por error sino porque así fueron diseñadas; Difícilmente pueden considerarse como «errores». Por esta razón preferimos hablar de veracidad, confiabilidad e inspiración de la Biblia más que utilizar el término un tanto impreciso de «inerrancia».


No obstante, esta palabra ha llegado a ser muy común entre los eruditos evangélicos para aludir a la precisión y exactitud de la Escritura. Ciertamente, en esta exposición afirmamos sin paliativos la inerrancia. Pero creemos que es importante definir cuidadosamente este término, y proponemos una sencilla definición del término para poder trabajar con este concepto: en sus autógrafos originales, la Biblia dice exactamente lo que Dios quiere que diga y no ha sido corrompida por errores humanos.


En 1978 un amplio grupo de eruditos evangélicos desarrolló una definición mucho más exhaustiva en el marco del Concilio Internacional para la Inerrancia Bíblica. En las sesiones del Concilio se debatieron asuntos de gran complejidad relacionados con la definición y las implicaciones del término inerrancia, y plasmaron sus resultados en un documento titulado «Declaración de Chicago sobre la Inerrancia Bíblica». Este documento sigue siendo una de las mejores exposiciones y definiciones de la Inerrancia Bíblica. Puedes leer este documento en Internet, en cualquiera de las muchas páginas web que lo consignan. Solo tienes que buscar «La Declaración de Chicago sobre la Inerrancia Bíblica».


El canon del Antiguo Testamento


El término castellano «canon» es la transliteración de la palabra griega κανών que denotaba en su origen una «vara recta» o «vara de medir». Se utilizaba literalmente para medir la «rectitud» lineal de objetos físicos sin embargo también se le dio al término un sentido figurado para denotar las reglas o normas de la fe cristiana. Alrededor del siglo IV dC., se utilizaba regularmente para aludir a la colección de libros considerados autoritativos o inspirados. En nuestros días seguimos utilizando los términos «canon» y «canónico» para hacer referencia a la recopilación de libros que la Iglesia acepta como inspirados y autoritativos.


Antes de la venida de Cristo, los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento estaban ya bien establecidos como las Escrituras autoritativas de los judíos. El orden de los libros era distinto, y esto se refleja en el título que los judíos utilizan en nuestros días para referirse a su «Biblia». Las Escrituras del judaísmo (nuestro Antiguo Testamento) reciben el nombre de «Tanak», que son las siglas de su triple división de la Biblia: la «T» de Toráh (la Ley), la «N» de Nebihím (los Profetas), y la «K» de Ketubim (los Escritos). Así, la distribución de los libros de la Tanak judía difiere de la del Antiguo Testamento protestante, aunque los libros son los mismos.


La Iglesia primitiva aceptó los libros del canon judío. De hecho, es evidente que los autores del Nuevo Testamento consideran que los libros del Antiguo Testamento son Palabra de Dios y autoritativos para los cristianos, como se ve en la anterior exposición de 2 Timoteo 3:16–17. Marción, un escritor del siglo segundo dC., puso en entredicho el estatus canónico del Antiguo Testamento e intentó convencer a la Iglesia de que lo abandonara. No obstante, los autores del Nuevo Testamento habían abrazado los libros del Antiguo Testamento, y la tradición transmitida a la Iglesia por parte de los apóstoles había ratificado claramente el texto veterotestamentario como Palabra de Dios. De modo que Marción no consiguió disuadir a la Iglesia de su convicción en el sentido de que los libros del Antiguo Testamento eran inspirados, autoritativos y canónicos.


Pero ¿qué son los libros apócrifos? Aunque el canon judío se fijó probablemente hacia el año 200 aC., otras obras teológicas judías se escribieron durante el período que va desde el 200 aC. a 100 cc. Muchos de estos «libros» circularon ampliamente por las sinagogas judías donde se leían y se tenían en gran estima, pero nunca fueron aceptados por los judíos como libros autoritativos al mismo nivel que los que estaban en el canon.


Durante este mismo período, las Escrituras judías se tradujeron del hebreo al griego (la Septuaginta), y esta versión griega del Antiguo Testamento se hizo muy popular entre la Iglesia recién nacida. También se tradujeron al griego varias de las obras teológicas no canónicas judías (es posible que algunas de ellas hubieran sido ya redactadas originalmente en griego) y se integraron en la colección conocida como Septuaginta. Si bien en las sinagogas los rabinos judíos dejaban claro que estos libros añadidos podían ser útiles, pero no eran de ningún modo autoritativos o canónicos —puede que algo parecido a lo que sucede hoy con las notas de estudio— algunos miembros de la joven Iglesia comenzaron a dar por sentado que si estas obras estaban integradas en el volumen bíblico, habían de ser parte de la Escritura inspirada.


La mayor parte de los eruditos cristianos de aquel periodo intentaron ayudar a la Iglesia a mantener esta importante distinción, a saber, que estos libros apócrifos eran provechosos, pero no inspirados o canónicos. En el siglo cuarto Jerónimo llevó a cabo una traducción al latín conocida como la Vulgata. En ella incluyó los libros apócrifos aunque observando claramente que no había que dárseles el mismo estatus que a los libros canónicos. Sin embargo, con el paso de los años, las notas de Jerónimo se pusieron a un lado, y los lectores de esta Biblia latina comenzaron a aceptar los libros apócrifos como parte de la Biblia. Cuando el latín se convirtió en el principal idioma teológico de la Iglesia de Occidente, los libros apócrifos de la Vulgata se aceptaron como canónicos.


Un aspecto importante de la Reforma Protestante (siglo XVI dC.) fue la traducción de la Biblia a las lenguas vernáculas de Europa (inglés, alemán, francés, etc.). Con un gran respeto por los idiomas originales, hebreo y griego, estos traductores dejaron a un lado la Vulgata Latina y regresaron a los manuscritos hebreos y griegos. Observando que la Biblia hebrea no incluía los apócrifos y recordando el anterior rechazo de estos libros en el período de la Iglesia primitiva, los reformadores los pusieron como un anexo del texto bíblico o, sencillamente, no los incluyeron. En respuesta a la decisión de los reformadores protestantes, en el concilio de Trento (1545-1564) la iglesia católica-romana afirmaba que la Vulgata latina era la Biblia oficial de la Iglesia verdadera y que los libros apócrifos eran, por tanto, canónicos y autoritativos.


Desde entonces, por regla general, las Biblias protestantes han omitido los apócrifos mientras que las católicas los incluyen. Entre estos libros están Tobías, Judit, 1 Macabeos, 2 Macabeos, Sabiduría de Salomón, Eclesiástico (conocido también como Ben Sira), Baruc, y varios añadidos a los libros de Daniel (p. ej., Susana, Bel y el Dragón) y Ester.


No hay nada realmente insólito en estos libros si se consideran como escritos religiosos judíos. Es cierto que la iglesia católica romana apela a algunos textos de ellos para apoyar la doctrina del purgatorio y la práctica de la oración por los muertos, sin embargo, en realidad los textos en cuestión son bastante imprecisos como apoyo de estas doctrinas. Por otra parte, los libros apócrifos (junto con otros escritos judíos de este período) representan una enorme riqueza de información acerca de las concepciones y creencias judías en boga durante los doscientos años antes de Cristo y el primer siglo de la Iglesia. Los dos libros de Macabeos son nuestra principal fuente histórica del período intertestamentario. Junto con otros importantes escritos judíos de este período (como por ejemplo el Libro de los Jubileos, los Oráculos Sibilinos, la Asunción de Moisés, y 1 Enoc) estos libros nos ayudan a entender la teología judía con la que chocaron Jesús y Pablo. Se trata de escritos antiguos e interesantes, y nos ofrecen muchos datos del trasfondo histórico que pueden ayudarnos a entender mejor el Nuevo Testamento. Sin embargo, no son inspirados y no tienen, por tanto, autoridad ni son parte del canon cristiano.


El canon del Nuevo Testamento


Los primeros cristianos heredaron el canon del Antiguo Testamento de los judíos y abrazaron desde el comienzo los libros canónicos veterotestamnetarios. Sin embargo, en este mismo período en que la Iglesia estaba siendo establecida y formada, los libros del Nuevo Testamento se estaban escribiendo, copiando y extendiendo. El grupo de libros que conocemos como el Nuevo Testamento no se redactó todo a la vez, sino aproximadamente en el período que comprende los años 49–95 dC., exactamente al mismo tiempo en que el mensaje del Evangelio se extendió rápidamente por el mundo Mediterráneo. Es un hecho que a lo largo de la última mitad del siglo primero la propagación del cristianismo fue probablemente más rápida que la copia y difusión de los libros del Nuevo Testamento. Al finalizar el siglo I, estas primeras iglesias estaban leyendo y recopilando los diferentes libros del Nuevo Testamento (en especial los cuatro Evangelios y las cartas de Pablo), sin embargo muy pocas de ellas contaban con todos los libros del Nuevo Testamento.


Según parece, al término del siglo I (hacia el año 100 dC.) las iglesias aceptaron ampliamente los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas, y Juan), el libro de Hechos y las cartas de Pablo como literatura autoritativa y «canónica» (aunque todavía no se utilizaba el término «canon» con este sentido). Por lo que respeta a los demás libros, teniendo en cuenta que habían sido escritos hacia finales del primer siglo (Apocalipsis), eran muy breves y su circulación no era muy amplia (2 Juan, 3 Juan), o había incertidumbres respecto a su autoría (Hebreos), se aceptaban en ciertas regiones, pero no en otras. Es decir, en algunas regiones se reconocían como documentos autoritativos y se leían en las iglesias, mientras que en otras zonas las congregaciones no los conocían o tenían dudas acerca de su autoridad.


De este modo, al comenzar el siglo segundo, la teología de la Iglesia (ie, el mensaje del «Evangelio») estaba definida por los cuatro Evangelios canónicos y las cartas de Pablo, puesto que estos eran los libros que habían sido aceptados universalmente. Las iglesias siguieron diseminando los demás libros y evaluandolos. Con el paso del tiempo, un creciente número de iglesias comenzó a aceptar el resto del Nuevo Testamento. De modo que, aparte de los Evangelios y los escritos de Pablo, la decisión respecto a los libros que eran o no canónicos fue un proceso bastante lento. Los criterios esenciales que utilizaban las iglesias eran el de la paternidad literaria, a saber, el vínculo del escrito en cuestión con un apóstol, el de la amplitud de su aceptación y utilización, y el de su conformidad con la tradición del «Evangelio» según el testimonio oral del siglo primero y de acuerdo con el contenido de los cuatro Evangelios escritos y las cartas de Pablo.


Además, a medida que avanzaba el siglo II (y también a comienzos del III), fueron apareciendo un buen número de otras obras de literatura «cristiana» que se leían en algunas iglesias. Entre las más populares estaban el Pastor de Hermas, Sabiduría de Salomón, el Apocalipsis de Pedro, la Epístola de Bernabé y la Didajé. Hubo diversas opiniones respecto a la validez de estos libros, y la Iglesia comenzó también a debatir y evaluar su contenido.


No obstante, durante el siglo segundo y comienzos del tercero, varios grupos heréticos (marcionitas, montanistas, gnósticos) comenzaron por su parte a generar su propia literatura. Eran obras que pretendían adaptar la teología cristiana tradicional del siglo primero (tal como se define en los cuatro Evangelios y las cartas de Pablo) a las tendencias filosóficas del siglo segundo. Este tipo de obras (como el Evangelio de Tomás, escrito alrededor del año 150 dC.) cuestionaba la teología del cristianismo primitivo, y sus proponentes parecían querer llevar a la Iglesia por un camino muy distinto del que proclamaba Pablo en sus cartas y el Señor Jesucristo en los cuatro Evangelios. Los dirigentes de la Iglesia se pronunciaron con energía en contra de estas obras, observando la teología herética que propugnaban y señalando claramente el peligroso desafío que suponían para el verdadero Evangelio.


Por esta razón, si bien la Iglesia tardó un cierto tiempo en decidir universalmente la aceptación o rechazo de obras como 2 Juan y el Pastor de Hermas, se pronunció, no obstante, con relativa rapidez y contundencia acerca de obras heréticas como los «Evangelios» gnósticos (el Evangelio de Tomás, por ejemplo). Asimismo, la autoridad o canonicidad de otros escritos gnósticos como el Evangelio de la Verdad, el Evangelio de Felipe, el Evangelio de los Hebreos y el Evangelio de María Magdalena (obras del segundo y tercer siglo), tampoco fue nunca seriamente considerada por un número importante de iglesias. Tales obras se calificaron de heréticas y no fueron objeto de mayor atención.


Hacia finales del siglo segundo dC. y en el siglo tercero empiezan a aparecer listados de libros «canónicos». A comienzos del siglo tercero, Orígenes proponía tres categorías de clasificación: libros aceptados, libros cuestionados y libros rechazados. Según este erudito, la Iglesia aceptaba sin reservas los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas, y Juan), el Libro de los Hechos, las trece cartas de Pablo, Hebreos, 1 Pedro, 1 Juan, y el libro de Apocalipsis; cuestionaba 2 y 3 Juan, 2 Pedro, Santiago, y Judas; y rechazaba firmemente los «Evangelios» gnósticos incluido el Evangelio de Tomás.


Eusebio, un historiador de la Iglesia que escribe a comienzos del siglo cuarto, sigue también un patrón triple de clasificación similar al de Orígenes y propone esta ordenación: (a) acepta los cuatro Evangelios, las cartas de Pablo, 1 Pedro, 1 Juan, y el libro de Apocalipsis, (b) cuestiona a Santiago, Judas, 2 Pedro, y 2 y 3 Juan, y (c) rechaza como heréticos los «Evangelios» gnósticos incluido el Evangelio de Tomás.


Por último, en el año 367 dC., Atanasio, obispo de Alejandría, nos proporciona una lista de los libros canónicos que se corresponden exactamente con los veintisiete libros de nuestro Nuevo Testamento. Al final del siglo cuarto, Jerónimo escribió la Vulgata Latina, con un Nuevo Testamento que contenía los mismos veintisiete libros. Durante este mismo período, Agustín afirma con toda claridad que estos veintisiete libros, y solo ellos, son canónicos y útiles para el uso de la Iglesia. Si bien es cierto que para las iglesias de Siria el canon siguió abierto respecto a algunos libros durante algunos siglos más, para la Iglesia de Occidente este asunto había sido zanjado y el canon se cerró hacia finales del siglo cuarto.


No obstante, hay que tener en cuenta que los cuatro Evangelios y las cartas de Pablo no fueron nunca cuestionados; se aceptaron como autoritativos y «canónicos» al poco de ser escritos y copiados. Sin duda, hacia finales del siglo primero ya se había producido una extensa aceptación de este núcleo de libros del Nuevo Testamento. Lo que se estuvo debatiendo durante los dos o trescientos años siguientes fue la canonicidad de los demás libros del Nuevo Testamento y otros documentos religiosos, como el Pastor de Hermas. Las iglesias antiguas rechazaron rápida y firmemente los escritos heréticos, como los evangelios gnósticos (el Evangelio de Tomás, el Evangelio de María, etc.).


Desafíos actuales al canon cristiano del Nuevo Testamento


Muchos de los escritos no canónicos que antes hemos mencionado se han publicado y han estado durante siglos a disposición de los eruditos (y estudiantes). No hay en ellos nada misterioso u «oculto», y son útiles para la comprensión de la historia de la Iglesia Primitiva. A medida que la Iglesia crecía y se extendía, se veía en la necesidad de contender constantemente con todo tipo de ideas religiosas y filosóficas no cristianas presentes en las distintas sociedades y culturas en las que estaba inmersa. Muchas de estas obras reflejan estas controversias.


El Evangelio de Tomás , aunque citado muchas veces por antiguos autores cristianos como herético, no estuvo al alcance de los historiadores, sino en fragmentos hasta mediados del siglo XX. En 1945, cerca de la aldea egipcia de Nag Hammadi, algunos beduinos de la zona descubrieron un recipiente de barro que contenía antiguos libros de papiro encuadernados con piel. Se trataba de una recopilación de escritos gnósticos que databan de la segunda mitad del siglo cuarto dC. Esta recopilación de literatura gnóstica se conoce como los textos de Nag Hammadi. En la colección aparece una copia completa del Evangelio de Tomás.


Durante los últimos años, en Norteamérica se ha despertado un enorme interés popular en los textos de Nag Hammadi, en especial, por el Evangelio de Tomás. De hecho, varios libros basados ​​en éste y otros escritos gnósticos se han situado en los primeros lugares de la lista de libros más vendidos del New York Times. En los últimos diez años, se han escrito docenas de libros acerca de «los evangelios» gnósticos. Sigue siendo aún popular la novela del Código Da Vinci de Dan Brown, Cristianismos Perdidos de Bart Ehrman, y Más allá de la fe: el Evangelio secreto de Tomás, de Elaine Pagels.


Aunque estos libros difieren en un buen número de detalles, uno de los temas que plantean unánimemente es que los «Evangelios» gnósticos (en especial el Evangelio de Tomás, pero también el Evangelio de María Magdalena y el Evangelio de Felipe) deben versarse como antiguas expresiones alternativas válidas del cristianismo. Sostienen que en los siglos II y III el cristianismo era muy heterogéneo y que la literatura gnóstica era una expresión de sus legítimas ramas. A menudo, se propone que los escritos gnósticos pueden ser incluso más auténticos que, al menos, uno de los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento. Estos «Evangelios», sostienen, dejaron de ser populares porque ciertos líderes cristianos con mucha influencia política y los concilios eclesiásticos del siglo IV se opusieron a ellos y mandaron destruir todas las copias de estos documentos.


Elaine Pagels, por ejemplo, en su best seller Más allá de la fe: el Evangelio Secreto de Tomás, defiende que la antigüedad de este «Evangelio» se remonta, sin duda, al siglo primero, al mismísimo apóstol Tomás y contiene una recopilación especial de frases dichas por Jesús que Él mismo le confió a este apóstol. El Evangelio canónico de Juan —arguye esta escritora—, se escribió más adelante a fin de refutar el más auténtico Evangelio de Tomás. De este modo, lo que propone Pagels es que los cristianos de hoy han de adoptar el Evangelio de Tomás en lugar del Evangelio de Juan. Lo que está en juego es la divinidad de Jesucristo. Pagels (y otros defensores más del gnosticismo) sostienen que Jesús es solo un ser humano, no divino. De hecho —afirma—, esta es precisamente la cristología que surgiría si la gente de hoy sustituirá el Evangelio de Tomás por el Evangelio de Juan. Pagels argumenta que los evangelios gnósticos demuestran que este punto de vista refleja una auténtica expresión alternativa del cristianismo histórico, válida para los creyentes de hoy.


Dan Brown plantea un argumento parecido en su obra de El Código Da Vinci. Aunque se trata de una novela, en distintas entrevistas televisadas, Brown ha expresado con toda claridad su convicción de que el libro es históricamente riguroso y que sus comentarios acerca de la literatura antigua e historia cristianas, se basan en la opinión de los mejores eruditos de nuestro tiempo. Sus personajes de ficción dicen a sus lectores que el canon actual, que subraya la divinidad de Cristo, quedó establecido en un concilio de la Iglesia del siglo IV por un solo voto, un voto que supuso la destrucción y supresión de los entonces populares evangelios gnósticos, que subrayaban únicamente la humanidad de Cristo. Los personajes de Brown, y también otros autores que especulan acerca del Evangelio de María Magdalena, declaran además que Jesús estaba casado con María Magdalena y tuvo hijos con ella. Por otra parte —afirma Brown—, Jesús hizo a María revelaciones más profundas y más maduras que a los apóstoles.


Brown y Pagels convergen de nuevo al insistir en que, como enseñan los «Evangelios» gnósticos, la revelación de Dios no nos llega a través del texto bíblico, sino por medio del individuo. Pagels deja muy clara esta cuestión, con su interés en apartar la atención de la Biblia como instrumento de la revelación divina y situarlo en el individuo, en consonancia con el Evangelio de Tomás.

¿Cuál ha de ser nuestra actitud ante estas nuevas afirmaciones? En primer lugar, aunque no podemos tratar todos los detalles en un breve capítulo como este, es importante poner de relieve que tanto Pagels como Brown han distorsionado seriamente los datos históricos. Es cierto que la Historia revela que la etapa final del canon fue un proceso lento y laborioso, no obstante, muestra también que un gran número de iglesias nunca demostró que los «evangelios» gnósticos fueran canónicos. No es que fueran «borrados» del canon, como sostienen Pagels y Brown, sino que nunca formaron parte de las obras autoritativas de las iglesias antiguas.


Es también importante subrayar la ausencia total de cualquiera de los libros canónicos del Nuevo Testamento de la colección de textos gnósticos encontrados en Nag Hammadi. Este hecho tiene fuertes implicaciones respecto a la naturaleza de los valores religiosos que sostenían los autores del material de Nag Hammadi. Es posible que la religión que se refleja en estos documentos aluda a Jesucristo, sin embargo, no es cristianismo. Sin conexiones más fuertes y autenticadas con Jesús y con los apóstoles del primer siglo, esta literatura no puede pretender representar al cristianismo.


Los cuatro Evangelios canónicos (Mateo, Marcos, Lucas, y Juan) y las cartas de Pablo fueron ampliamente aceptadas por la Iglesia hacia finales del siglo primero y comienzos del segundo. La divinidad de Cristo, así como la importancia de su vida, muerte y resurrección están firmemente establecidas por estos documentos. Pagels y quienes la apoyan no tienen textos o pruebas de que el Evangelio de Tomás se hubiera escrito antes de mediados del siglo segundo (hacia el año 150 dC.). Por el contrario, sí tenemos un auténtico fragmento de manuscrito griego de una copia del Evangelio de Juan que permite fechar claramente este documento, como mínimo, en el año 120 dC., lo cual implica que el original fue escrito mucho antes, probablemente hacia finales del siglo primero (la mayoría de los eruditos evangélicos especializados en los documentos joaninos fechan el Evangelio de Juan entre los años 80 y 85 dC., y la mayor parte del resto se inclinan por un período entre el 90 y el 100 dC.). Todas las pruebas apuntan a la conclusión de que el Evangelio de Juan es anterior al Evangelio de Tomás, probablemente en más de cincuenta años. Por tanto, el argumento de Pagels en el sentido de que el Evangelio de Juan es una refutación del Evangelio de Tomás es difícil de mantener.


A lo largo de la historia del cristianismo han aparecido un buen número de distorsiones y herejías. De hecho, los cristianos siempre han tenido que estudiar la Biblia para discernir entre la verdad de Jesucristo y las falsas doctrinas sugeridas por aquellos que no se atienen a las Escrituras reveladas. A lo largo de la Historia, la Iglesia ha tenido a menudo que identificar diferentes documentos y enseñanzas heréticas y separarlos de los fidedignos e inspirados libros de la Biblia en los que los cristianos han basado su vida durante casi dos mil años. Las herejías del siglo segundo, como el gnosticismo, son antiguas e interesantes. En último término, sin embargo, siguen siendo herejías que niegan la divinidad de Cristo.


Otros libros

Las cuestiones relativas a la inspiración, inerrancia y desarrollo del canon son complejas, y la brevedad obligada de este capítulo nos ha forzado a sintetizar y simplificar algunos asuntos complicados. De hecho, esta exposición no es sino una breve perspectiva general. Te animamos a leer más acerca de estos temas.


Duvall, J. Scott y J. Daniel Hays,  Hermenéutica: Entendiendo la Palabra de Dios , en Colección Teológica Contemporánea .  Estudios Ministeriales, vol. 26. Barcelona: Editorial CLIE, 2008, 578-591.



Apéndice 2

Capítulo 5


¿Qué llevamos con nosotros al texto?


Introducción


En los próximos capítulos consideraremos la importancia del contexto para la interpretación bíblica. Uno de los contextos que, a menudo, se pasa por alto es el del lector: el mundo desde el que se acerca al texto quien hoy lo estudia. Cuando leemos la Biblia nunca somos ni neutrales ni objetivos. Llevamos con nosotros muchísimas ideas e influencias preconcebidas al texto. Por ello, hemos de exponer y evaluar estas influencias «pre-texto», a fin de que no nos confundan en nuestra búsqueda del significado del texto bíblico.


Comenzamos con un relato: Daniel y su familia estuvieron varios años en Etiopía llevando a cabo una labor misionera. Al poco de llegar a este país, Daniel tuvo el privilegio de presenciar unos festejos navideños organizados por una iglesia evangélica etíope en la ciudad de Dilla. ¡Fue algo completamente distinto a cualquier cosa que jamás hubiera visto! No había árboles de Navidad, ni iluminación especial, ni tampoco nieve. La temperatura era muy agradable, y en las inmediaciones de la iglesia había muchos plátanos. En el edificio de la iglesia, cuyo aforo era de unas 150 personas, se apiñaban más de cuatrocientas. Por supuesto, hablar de «asientos» sería un eufemismo; Los bancos eran unos incómodos y desiguales tablones ásperos y cortados a mano. El suelo de la iglesia estaba muy sucio (podían verse las pulgas saltando), los muros eran de barro, blanqueados con cal, y el tejado estaba hecho con vigas de madera de eucalipto y una marquesina de acero ondulado.


Siempre que el sol se escondía detrás de una nube, el cambio de temperatura producía la contracción de la marquesina, que crujía y rechinaba durante unos segundos. Después el Sol cirugía de nuevo y calentaba el acero de la marquesina, con lo que se repetían los chirridos rituales hasta que el metal se había expandido adquiriendo su tamaño original. De este modo, la techumbre aportaba su trasfondo de «gemidos» ocasionales. El interior de la iglesia estaba iluminado por dos únicas bombillas de cuarenta vatios. Normalmente, la mayor parte de la luz entraba por las numerosas ventanas abiertas a cada lado del edificio, sin embargo en aquel día en concreto una buena parte de la luz estaba bloqueada por docenas de ávidos espectadores que se apiñaban de puntillas alrededor de cada una de las ventanas del exterior del edificio y que alargaban el cuello en un intento de ver lo que estaba pasando en el interior. Habían llegado demasiado tarde para poder sentare y presenciar el programa desde dentro.


En los Estados Unidos, las fiestas de Navidad son bastante estereotipadas. Daniel daba por sentado que aquella sería muy parecida. ¿De qué otro modo se puede contar el relato navideño? ¡Le esperaba una buena sorpresa! El festejo se inició de un modo bastante normal: una especie de pregonero municipal comenzó a andar por todas partes gritando como un poseso, megáfono en ristre, proclamando los nuevos requisitos del censo romano. Después de cierta preparación de la familia de José, él y María partieron finalmente hacia Belén.


Aquí el guión comenzó a ser un poco distinto, puesto que José y María no viajaban solos. María, bastante voluminosa en su último mes de embarazo, iba acompañada de más de una docena de tías y primas. José iba solo, en cabeza, seguido de todas aquellas mujeres, que charlaban alborotadamente acerca de cuestiones de «maternidad». «¡No veas!» pensó Daniel, «¿qué ha pasado con la escena típica de María, José, y el asno? ¿De dónde han salido todas estas mujeres? ¡En el relato bíblico no aparecen!»


Algunos minutos más tarde el bullicioso séquito llegó a Belén y fue conducido a un corral lleno de ovejas. A continuación comenzaron los dolores de parto de María. José se paseaba nervioso por delante del establo, mientras las mujeres, varias de ellas comadronas, se apiñaban alrededor de María para ayudarla en el parto. Después de un corto período en que se escenificaron los dolores de parto, todas las mujeres prorrumpieron al unísono en un vibrante y estridente chillido: el típico grito de alegría que en aquellas tierras sirve para anunciar el nacimiento de cada uno de los niños y niñas que nacen. Los espectadores acogieron la escena con una gran ovación, y las mujeres del auditorio se unieron a las actrices en el grito de alegría. Al oír el griterío, José se apresuró al redil para ver al neonato. Más adelante, por supuesto, llegaron los pastores de rigor, seguidos de los magos… ¡La representación difícil en total unas dos horas!


Lo que más se preguntó a Daniel fue el modo en que los creyentes etíopes habían interpretado el relato bíblico a partir de su cultura. No es que estuvieran adaptándolo conscientemente para hacerlo etíope. Su intención era representarlo del modo que ellos creían que había sucedido en realidad. No obstante, observamos lo que hicieron. Como hacemos también nosotros en nuestras representaciones, los guionistas etíopes insertaron explicaciones acordes con su cultura en los silencios del relato. Por ejemplo, para los etíopes era impensable que la familia de María la hubiera dejado hacer solo aquel viaje a Belén. Era una mujer joven que esperaba su primer hijo, y en la cultura abisinia es inimaginable que a una mujer en estas circunstancias se le permitiría viajar con la única ayuda de José. ¿Quién era, al fin y al cabo, la que tenía que dar a luz? Solo una persona muy irresponsable viajaría embarazada sin sus tías para que la ayudaran en el parto.


Para quienes vivimos en la cultura occidental no hay ningún problema puesto que el nuestro es un mundo de médicos y hospitales. En nuestras adaptaciones del relato bíblico nosotros ni siquiera pensamos en las comadronas. De hecho, en general pasamos por alto el asunto de quién ayudó a María durante el alumbramiento. Simplemente situamos a la joven pareja en el establo ya continuación, ¡sorpresa! El niño Jesús aparece en brazos de María como por ensalmo. Pero pensemos un poco. ¿Fue acaso José quién ayudó a María en el parto? Los etíopes se reirían de nosotros si sugiriéramos algo tan absurdo. ¿Es que acaso un hombre joven, recién casado y que aún no tenía ningún otro hijo tenía la experiencia necesaria para ayudar a su esposa en su primer parto? En Etiopía nunca se produciría una situación tan inverosímil.


Observemos lo que ha sucedido. En la representación del relato bíblico que hacemos en el mundo occidental, rellenamos las lagunas del texto desde un punto de vista occidental. En nuestro mundo pensamos principalmente en términos de unidades familiares nucleares (el padre, la madre y los hijos), y por ello no tenemos ningún problema con el hecho de que José y María viajaran solos. Nunca se nos ocurre pensar en la presencia de comadronas porque rara vez las utilizamos. En nuestra cultura la escena de un joven que se dirige con su esposa a un hospital cuando comienzan los dolores de parto es muy familiar. El marido ingresa a su esposa en el hospital, y transcurrió cierto tiempo en que éste guarda en la sala de espera: ¡voilà! Aparece el bebé. Por esta razón, no tenemos problema en presentar a María y José en un contexto parecido.


Sin embargo, los etíopes tienen una experiencia cultural diferente con los partos. Las tías, primas y otros parientes rodean a la joven que está por dar a luz, y la mamá durante las últimas semanas del embarazo. Nunca se la deja sola. Normalmente, los nacimientos no se producen en un hospital, sino en una casa. Se trata de una cuestión familiar. Quienes se encargan de ayudar en el parto son las propias parientes o mujeres con experiencia en el barrio (amigas de la familia). En Etiopía sería impensable que a una primeriza como María se le permitiera emprender un viaje sin ser acompañada por sus parientes, como lo sería también la idea de un José, joven e inexperto, actuando de modo algún como obstetra. Puesto que en el mundo occidental se ha visto desde siempre esta misma representación navideña, se ha aceptado en general esta versión como la verdad de los hechos. No obstante, tanto occidentales como etíopes se toman ciertas libertades con el relato y rellenan los silencios del texto con referencias acordes con sus respectivas culturas. ¿Cuál de las dos culturas cree que está más cerca de la de la Biblia?


Comprensión previa


Una de las principales influencias que pueden llevarnos a una interpretación sesgada del texto y apartarnos de su verdadero sentido es lo que hemos llamado comprensión previa. Al hablar de comprensión previa nos referimos a todas aquellas nociones y pensamientos preconcebidos que llevamos al texto y que hemos formulado consciente o inconscientemente antes de estudiarlo con detalle. En el ámbito de los problemas culturales de los que acabamos de hablar (más adelante hablaremos de ellos con más detalle), la comprensión previa es una de las cuestiones más importantes. Ésta incluye experiencias específicas y encuentros anteriores con el texto que tiende a hacernos asumir que ya entendemos lo que se está diciendo.


En la comprensión previa actúan influencias tanto positivas como negativas, algunas de ellas acertadas y otras no. En ella se incorpora todo lo que hemos escuchado en la escuela dominical, en la iglesia, en los estudios bíblicos y en tu lectura personal de la Biblia. Pero no solo esto, sino que nuestra comprensión previa de los textos bíblicos está también condicionada por los himnos que hemos escuchado así como por toda clase de música, arte y literatura, tanto cristianos como seculares con que hayamos tenido alguna relación. Por otra parte, la cultura se introduce constantemente en este proceso.


Hemos de tener en cuenta que nuestra comprensión previa de un pasaje en concreto puede de hecho ser correcto. No obstante, el problema es que muchas veces no lo es, y hasta que no estudiamos el texto con seriedad no podemos saber si es o no acertada. El peligro que aquí enfrentamos es el de asumir que nuestra comprensión previa de los textos es siempre correcta. Vanhoozer califica esta actitud de orgullo. Esta clase de orgullo —dice Vanhoozer—, «estimula en nosotros la idea de que conocemos el sentido correcto del texto antes de que hayamos hecho el debido esfuerzo para entenderlo. El orgullo no escucha. Ya lo sabes».


Otro aspecto peligroso de la comprensión previa aflora cuando nos acercamos al texto con un presupuesto teológico ya formulado. Es decir, iniciamos nuestro acercamiento al texto buscando aspectos específicos, y utilizamos meramente el pasaje en cuestión para buscar aquellos detalles que encajen con nuestra posición teológica preconcebida. Cualquier cosa que no encaje con el significado que estamos buscando nos la saltamos o, sencillamente, la ignoramos. Vanhoozer califica jocosamente esta actitud de «adoctrinar» al texto en lugar de «comprenderlo». Es decir, aunque nuestra condición es la de meros lectores, nos situamos por encima de la Palabra de Dios y determinamos lo que ésta significa, en lugar de ponernos bajo la autoridad de esta palabra y, con diligencia, procurar entender lo que Dios quiere decirnos en ella.


Un peligro relacionado con éste es el de la familiaridad. Cuando estamos muy familiarizados con un pasaje, tendemos a pensar que sabemos todo lo que hay que saber al respecto y somos proclives a pasar por él sin estudiarlo cuidadosamente. Es de esperar que en la Sección 1 hayamos entendido que la mayoría de los pasajes bíblicos encierran una gran profundidad. Es, por tanto, muy poco probable que lleguemos al fondo de ellos o que los entendamos de un modo exhaustivo en unas pocas y breves visitas. Cuando estamos familiarizados con un pasaje se genera en nosotros una comprensión previa. Cuando nos dirigimos de nuevo a textos que nos son familiares, hemos de resistirnos a la tentación de permitir que tal familiaridad dicte nuestras conclusiones antes de comenzar a estudiar el texto. Hemos de considerarlo de nuevo, para que nuestra comprensión previa no se transforme en el orgullo que hemos mencionado antes. Por otra parte, como hemos indicado en la Sección 1, si pasamos por alto el estudio serio del texto porque creemos que ya lo sabemos todo al respecto, solo veremos en la Biblia lo que ya vimos la última vez que pasamos por él. Cuando esto sucede, nuestro estudio se estanca y se vuelve aburrido y nuestro crecimiento y entendimiento devienen raquíticos.


Uno de los aspectos más poderosos, aunque sutiles, de la comprensión previa es el de la cultura. Nuestra teología nos lleva a preguntarnos, ¿qué haría Jesús en esta situación? Sin embargo, puede que nuestra cultura nos impulse a preguntarnos más bien, ¿qué haría Silvester Stallone? Sin duda, la cultura en la que estamos inmersos tiene una enorme influencia sobre el modo en que leemos e interpretamos la Biblia. Por ejemplo, aunque creemos que Jesús es nuestro Señor y Salvador, cuando nos pide que pongamos la otra mejilla, oímos en nosotros una voz que objeta. Poner la otra mejilla no se corresponde realmente con la forma de vida americana. No es lo que haría Stallone. Puede que volviera la mejilla una vez y que dejara que su adversario le diera un segundo golpe tan solo para demostrar su paciencia y control, no obstante es indudable que tras el segundo golpe haría trizas al malo (y todos nos alegraríamos). ¡Ninguno de nuestros héroes de acción son especialmente proclives a poner la otra mejilla!


Por tanto, cuando leemos este mandamiento de Jesús, inmediatamente intentamos interpretarlo de tal manera que no plantee un conflicto con nuestras normas culturales, en especial aquellas que establecieron los héroes populares como Sylvester Stallone o Mel Gibson. A esta predisposición que genera la cultura en que vivimos la llamamos bagaje cultural. Imagínate que vas a emprender una larga caminata por el monte en un día caluroso. Es normal que lleves unas buenas botas de montaña, una gorra, unas gafas de sol y una cantimplora. Pero qué ridículo sería que te llevaras tres o cuatro maletas. ¡Qué ridículo sería! ¿Te imaginas andar por las montañas con una maleta en cada mano? Si no vamos con cuidado, también nuestra cultura nos cargará innecesariamente en el viaje interpretativo y será un obstáculo para que descubramos y comprendamos el sentido de la Palabra de Dios para nosotros. La influencia de la cultura en que nos movemos es una fuerza que tiende a deformar el texto cuando lo leemos y que nos empuja a forzarlo para que encaje en nuestro mundo. O, como ilustra el relato de la Navidad en Etiopía que hemos considerado en la introducción, nuestra cultura actúa inconscientemente en nosotros llevándonos a rellenar los vacíos y detalles que no encontramos en el pasaje que estamos leyendo.


Una buena ilustración de la influencia subconsciente que tiene la cultura sobre nuestro entendimiento, la observamos cuando leemos el libro de Jonás e intentamos visualizar a Jonás en las entrañas del gran pez. Intenta imaginar esta escena. ¿Qué ves? ¿Ves a Jonás apretujado en las estrecheces del estómago de una ballena, sin espacio entre las paredes del estómago? La mayoría de las personas no ven esta imagen. Lo que muchos ven es una imagen de Jonás dentro de un estómago con forma circular, de unos dos a tres metros de diámetro, con un poco de agua en la parte inferior. Evidentemente, éste no es el verdadero aspecto del interior de una ballena (o de un pez).


¿Por qué, pues, lo visualizamos de este modo? ¿De dónde procede esta imagen? Sugerimos que proviene de la película (o del libro) de Pinocho. En esta película de Walt Disney una ballena se traga a Pinocho, el protagonista, y se nos muestra una escena en la que Pinocho está sentado dentro de la ballena (en una estancia de unos dos a tres metros de diámetro situada a un lado del cuerpo del animal, etc.). Esta película nos deja, pues, con la imagen subconsciente de una persona sentada en el interior de una ballena. Cuando leemos el episodio de la estancia de Jonás en la zona gástrica del pez, nuestra mente inicia la búsqueda en sus archivos de alguna imagen con la que visualizar el acontecimiento. En su rápido recorrido por los ficheros de la memoria, nuestra mente encuentra una imagen coincidente en el archivo «Pinocho», ésta es la que acude a nuestro pensamiento sin que nuestra consciente advierta de dónde procede la imagen en cuestión. ¡De manera inconsciente comenzamos a rellenar las lagunas descriptivas del relato de Jonás con una información procedente de una película de Hollywood! Y así, en nuestra lectura de la Biblia, nos encontramos bajo el influjo de nuestra cultura, sin ni siquiera darnos cuenta de lo que ha sucedido.


¿Pero qué entendemos exactamente por cultura? Nuestra cultura es la combinación de nuestras herencias familiares y nacionales. Su influjo se deja sentir por todas partes: en el desayuno con mamá, entre los niños de la clase en la escuela, en la televisión. Es una mezcla de lenguaje, costumbres, películas, literatura y hábitos nacionales. En el caso de los estadounidenses, la cultura está formada por Big Macs, las muñecas Barbie, Tiger Woods y los Back Street Boys, todo mezclado con George Washington, Babe Ruth, el Río Mississippi, WalMart y los transbordadores espaciales. Puede, sin embargo, ser un tanto distinto, incluso dentro de la misma ciudad. Si has crecido en una familia tradicional, obrera, católica y urbana, tu cultura diferirá en muchos sentidos de la de alguien que haya crecido en un hogar monoparental, de clase media y protestante, no obstante, aun así compartirás muchas de las mismas influencias culturales. Sin embargo, aun compartiendo ciertos rasgos culturales comunes, las culturas negra, blanca, asiática e hispana se diferencian de forma significativa, incluso dentro del mismo país. Al salir de los Estados Unidos, las diferencias de cultura estarán mucho más acentuadas.


Nuestro trasfondo familiar es también un elemento central de nuestra cultura. De la familia hemos heredado muchísimos valores, ideas, e imágenes (para bien y para mal). Por ejemplo, ¿cuáles son tus perspectivas acerca del dinero, el trabajo, los pobres o los desempleados? Tus puntos de vista se han configurado, sin duda, bajo el influjo del marco socioeconómico de tu familia y de sus perspectivas. Si procede de una familia de clase media alta, probablemente te acercarás a los textos bíblicos que aluden a los pobres desde un marco de referencia distinto que el de alguien que haya nacido y crecido en la pobreza de Nueva Delhi. No estamos diciendo que la lectura cultural desde Nueva Delhi sea automáticamente correcta mientras que la que se hace desde Dallas sea errónea. Los cristianos de ambos contextos han de ser conscientes de que su trasfondo familiar y el marco socioeconómico en que se mueven afecta al modo en que leen la Biblia.


La familia te proporciona también el marco de referencia más sólido respecto a las relaciones humanas. Si eres tan afortunado como para crecer en una familia en la que experimenta el amor y cuidado de tus padres y hermanos, te será muy fácil trasladar la imaginería de esta experiencia a la del cuidado que Dios tiene de ti. Si has experimentado el amor de tu padre, por ejemplo, entonces la imagen bíblica de Dios como Padre amante te será fácil de entender. En este caso, la influencia cultural de tu trasfondo familiar te ayudará a entender la verdad bíblica acerca de Dios.

Pero, lamentablemente, no todo el mundo ha tenido un padre amante. Aquellos que han crecido con padres negligentes o abusivos estarán muy condicionados por tal experiencia cuando vayan a los textos bíblicos que hablan de Dios como Padre. Esto no significa que estas personas no puedan entender este aspecto de la verdad bíblica, pero sí que los cuentos tendrán que hacer un esfuerzo especial para vencer algunas de las imágenes negativas procedentes de su infancia. Es posible que otras imágenes de Dios y de su cuidado de nosotros les sean más fáciles de entender. Hay algo, sin embargo, que todos hemos de procurar si queremos entender la Palabra de Dios: es vital que reconozcamos la presencia de influencias culturales que actúan en nuestra mente y corazón, y que las identificamos.


Somos perfectamente conscientes de que, deliberadamente, ningún cristiano hace una lectura cultural errónea de la Biblia. Como se ha dicho anteriormente, todos nosotros tendemos inconscientemente a ser influenciados por nuestra cultura. A este traslado automático del texto bíblico a nuestra cultura se le llama «reflejo interpretativo». Es algo que hacemos de manera natural e inconsciente.


El reflejo interpretativo afecta a nuestra interpretación de dos formas. (1) Como hemos mencionado en el relato de la representación etíope de la Navidad, tendemos a rellenar todos los vacíos y ambigüedades que encontramos en los textos bíblicos con explicaciones y datos procedentes de nuestra cultura. (2) Más perjudicial para nuestra interpretación es el hecho de que nuestro trasfondo cultural nos lleva a crear un parámetro previo de posibilidades limitadas de los textos antes incluso de comenzar a pensar en lo que éstos significan. En esta situación, y debido a nuestra cultura, creamos inconscientemente un mundo de posibilidades e imposibilidades interpretativas. En otras palabras, nuestro escenario cultural nos impulsa a decidir los significados posibles e imposibles de un texto en concreto antes incluso de estudiarlo.

Pensemos de nuevo por un momento en el mandamiento de Jesús de poner la otra mejilla. Nuestro subconsciente se esfuerza en legitimar nuestra cosmovisión cultural, es decir, la manera en que funcionan las cosas en nuestra cultura. Por ello, antes incluso de iniciar la exploración de lo que Jesús quería decir cuando pronunció estas palabras, establecemos unos parámetros de posibilidad con respecto al texto y eliminamos posibles significados que plantearían un conflicto cultural. Tales palabras no pueden en modo alguno significar que si una persona mala te da una bofetada, has de permitir que te dé otra. No obstante, cuando hacemos esto estamos poniendo nuestra cultura por encima de la Biblia y leemos las Escrituras a través de las lentillas de nuestra civilización. De este modo, no tenemos en cuenta uno de los aspectos principales de la Biblia, a saber, que el mensaje bíblico procede de Dios y está por encima de cualquier cultura. El desafío está en aprender a evaluar nuestra cultura en vista de la Biblia y no viceversa.


En Romanos 13:1–7 encontramos un ejemplo muy evocador en este sentido; Echemos pues un vistazo «cultural» a este pasaje. (Esta sección se dirige principalmente a los lectores estadounidenses; si no eres norteamericano, te ruego que seas paciente en esta sección. Intenta determinar una situación parecida en tu propia cultura.) Lee este pasaje con atención:


Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan; porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas. Por consiguiente, el que resiste a la autoridad, a lo ordenado por Dios se ha opuesto; y los que se han opuesto, sobre sí recibirán condenación. Porque los gobernantes no son motivo de temor para los de buena conducta, sino para el que hace el mal. ¿Deseas, pues, no temer a la autoridad? Haz lo bueno y tendrás elogios de ella, pues es para ti un ministro de Dios para bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues ministro es de Dios, un vengador que castiga al que practica lo malo. Por tanto, es necesario someterse, no solo por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto también pagais impuestos, porque los gobernantes son servidores de Dios, dedicados precisamente a esto. Pagad a todos lo que debáis; al que impuesto, impuesto; al que tributo, tributo; al que temor, temor; al que honra, honor.


Con este pasaje en mente, ¿habría sido equivocado participar en el famoso Boston Tea Party de 1773 para protestar por un nuevo impuesto sobre el té? Los «patriotas» estadounidenses de aquel tiempo arrojaron varias toneladas de té ajeno al Puerto de Boston. ¿Fue correcto este comportamiento desde un punto de vista cristiano? O supón que eres uno de los milicianos de la Guerra de la Independencia Americana en ruta entre las ciudades de Concord y Boston el día 19 de abril de 1775. ¿Debería un cristiano en tal caso apuntar, disparar y matar a los soldados que representaban al gobierno? ¿Acaso no plantea esto un conflicto en vista de Romanos 13? O quizás habría que proponer una pregunta de más calado: ¿Se inició la revolución americana en desobediencia a los principios de Romanos 13:1–7? Diez en cuenta que las razones de la revolución respondían más a cuestiones económicas que de libertad religiosa. Hay que recordar también que cuando Pablo escribió la Epístola a los Romanos, el gobierno de Roma era mucho más opresivo y tiránico de lo que nunca fue el que representaba el Rey Jorge III. ¿Qué piensas?


Quizás hemos hecho que alguno de vosotros se ponga furioso. Puede que nuestro desafío a la legitimidad de la gloriosa Revolución Americana te haya indignado. Perdónanos, por favor. Lo que nos concierne ahora no es lo que piensas acerca de nuestra revolución. Lo que esperamos que hayas notado es esa reacción emocional que probablemente se ha producido en tu interior ante una lectura bastante literal y normal de un texto bíblico. Si has reaccionado intensamente ante la interpretación de Romanos 13 que hemos planteado, deberías preguntarte, ¿Por qué he reaccionado de un modo tan intenso? Sugerimos que hemos tocado un nervio cultural muy sensible.


Observa que en el sistema educativo en que crecemos nunca se pone en cuestión la moralidad de la rebelión estadounidense contra Gran Bretaña. Se presenta siempre como algo maravilloso y glorioso: el epítome del patriotismo (que ha de ser bueno). Esta cuestión está estrechamente entretejida en nuestros corazones junto con la bandera, el béisbol, mamá y la tarta de manzana. Por ello se ha convertido en algo sagrado. El carácter «correcto» de este acontecimiento histórico lo ponemos por encima de cualquier crítica o desafío que pueda venir de la Biblia. Cualquier interpretación de Romanos 13 que podamos considerar legítimamente ha de cumplir con el requisito de ser respetuoso con la Revolución Americana. De este modo, situamos nuestra cultura por encima de la Biblia, y cerramos la mente a cualquier comprensión de las Escrituras que entre en conflicto con lo establecido en nuestra cultura.


Por supuesto, el asunto de la Revolución es bastante más complicado de lo que hemos planteado. Nuestro propósito no es criticarla, sino utilizarla de ilustración. Sin embargo, sí queremos que vosotros (los lectores estadounidenses) veáis que existen ciertas cosas americanas que ejercen una poderosa influencia subconsciente en el modo en que leemos e interpretamos la Biblia. Hemos de ser conscientes de estas influencias y de sus efectos sobre nuestro estudio del texto bíblico. Es importante que, al menos, estemos abiertos a la posibilidad de que Romanos 13 pueda estar en contra de la Revolución. Lo que queremos saber es lo que dice Dios (no nuestra cultura). Para determinar la respuesta hemos de considerar los detalles del texto y su marco histórico, no podemos dejarnos llevar por nuestra comprensión previa generada por la cultura en que vivimos.

Si iniciamos el análisis interpretativo de Romanos 13:1–7 con la conclusión preconcebida y preasumida de que este pasaje no puede estar en contra de la Revolución, estamos poniendo nuestra cultura por encima de la Biblia. ¡Sin embargo, el llamamiento de Jesús es más elevado! Somos ciudadanos de su reino y nos hemos comprometido a seguirle a Él ya sus enseñanzas. Jamás hemos de situar la lealtad a nuestro país oa nuestra cultura por encima de nuestra lealtad a Dios. Al margen de cuál sea tu opinión personal acerca de la Revolución Americana, esperamos que entiendas que hemos de poder poner sobre la mesa cualquier elemento de nuestra cultura estadounidense bajo el escrutinio de la Escritura. Nunca deberíamos permitir que nuestra cultura dicte el significado de la Palabra de Dios.


Estas son consideraciones bastante radicales y pueden que sean un tanto difíciles de digerir de una vez. Somos conscientes de ello. Medita en estas cosas. Habla con cristianos de distintas culturas y considera su perspectiva.


Ni la comprensión previa ni la cultura son inherentemente perniciosas, no obstante, a menudo pueden deformar nuestra comprensión de la Biblia, lo cual puede ponernos en la pista de una interpretación errónea. No se trata de abandonar nuestra comprensión previa, desechando como nocivos todos nuestros encuentros anteriores con el texto. Lo que sí es importante es que nuestra comprensión previa sea sometida al texto, poniéndola por debajo, no por encima de él. Hemos de aprender a identificar nuestra comprensión previa y estar abiertos a cambiarla, si es necesario, tras un estudio serio y concienzudo del texto. Es decir, después de estudiar minuciosamente el texto, hemos evaluado de nuestra comprensión previa y modificarla en vista de las conclusiones de nuestro estudio.


Presuposiciones


No obstante, todo lo que hemos dicho acerca de la comprensión previa no significa que hayamos de leer e interpretar la Biblia de un modo totalmente neutral, sin tener ningún presupuesto, como por ejemplo la fe. Alcanzar la objetividad total es algo imposible, no importa quién sea el lector o cuál sea el texto. Por otra parte, tampoco es nuestra meta. La búsqueda de la objetividad en la interpretación bíblica no implica el abandono de la fe o la adopción de los métodos que utilizan los no creyentes. Los intentos de leer la Biblia aparte de la fe no conducen a la objetividad.


En nuestra definición tratamos la comprensión previa y la presuposición como dos conceptos diferenciados a los que nos acercamos de dos formas bastante distintas. Nuestra comprensión previa está abierta a cambios cada vez que estudiamos un pasaje. La sometemos al texto e interactuamos con ella, la evaluamos en vista de nuestro estudio y es de esperar que vaya mejorando progresivamente. Por el contrario, las presuposiciones no cambian cada vez que leemos o estudiamos un pasaje. Éstas no tienen que ver con textos en particular sino con el punto de vista general que tenemos de la Biblia.


Como cristianos servimos al Señor y tenemos al Espíritu Santo habitando en nosotros. La relación que tenemos con Dios está condicionada vitalmente por la comunicación que tenemos con Él por la lectura de su Palabra. Esta relación nos impacta en gran manera a medida que interpretamos el texto y, a diferencia de lo que sucede con la comprensión previa, esta relación no podemos renegociarla cada vez que leemos la Palabra. Es más bien algo de lo que hemos de servirnos. En el capítulo 12, «El papel del Espíritu Santo», exploraremos la interacción del Espíritu Santo con nuestro entendimiento de un modo más detallado. Pero, por ahora, es importante observar que como cristianos tenemos varias presuposiciones acerca de la Biblia que surgen de nuestra relación con Cristo y que no podemos dejar de lado cada vez que abordamos un pasaje, como sí lo hacemos con nuestra comprensión previa.


A continuación, enumeramos varias presuposiciones acerca de las Escrituras que los cristianos evangélicos generalmente sostienen:

  1. La Biblia es la Palabra de Dios. Aunque para hacernosla llegar Dios usó a personas, ésta es, no obstante, inspirada por el Espíritu Santo y Palabra de Dios para nosotros.
  2. La Biblia es verdadera y completamente digna de confianza.
  3. Dios ha entrado en la historia humana; por ello lo sobrenatural (milagros, etc.) existe.
  4. La Biblia no se contradice; es una unidad y, sin embargo, diversa. No obstante, Dios trasciende más allá de nuestra humanidad y, por tanto, su Palabra no siempre es fácil de entender; en ella hay también tensión y misterio.


Podrían quizás añadirse otras presuposiciones, pero éstas son las más importantes que han de mencionarse en este capítulo. Estas presuposiciones tienen que ver con nuestra percepción de la Biblia como un todo y sirven de fundamento sobre el que construir nuestro método de estudio.


Conclusión: ¿podemos ser objetivos?


Muchos autores han afirmado que, en materia de interpretación, la objetividad total es imposible, y nosotros reconocemos la veracidad de esta afirmación. No obstante, nuestra meta no es alcanzar esta clase de objetividad. Como cristianos que tenemos una relación íntima con Dios por medio de Jesucristo, nuestro objetivo no es conseguir puntos de vista neutrales y objetivos. En nuestro estudio del texto no pretendemos ser historiadores seculares (tampoco ellos son objetivos). Lo que queremos es oír lo que Dios quiere decirnos. Por ello, nos acercamos al texto con fe y en el Espíritu (ver el capítulo 12). De modo que buscamos la objetividad dentro del marco de referencia de las presuposiciones evangélicas, como las que antes hemos enumerado. Este tipo de objetividad pretende impedir que nuestra comprensión previa, nuestra cultura, nuestra familiaridad, o nuestra pereza oscurezcan el significado que Dios le ha dado al texto.


Esta tarea también puede ser desafiante; no obstante, ésta es precisamente la labor que asume Entendiendo la Palabra de Dios. Cada capítulo de este libro desarrolla algún aspecto que sirve para corregir nuestra comprensión previa o para neutralizar las influencias culturales negativas que afectan a nuestra comprensión del texto. Las herramientas de observación que hemos tratado en la Sección 1 nos ayudarán a ser objetivos. El método de lectura concienzuda que se plantea en esos capítulos requiere que en nuestra búsqueda de detalles sometamos al texto nuestra comprensión previa. El mero hecho de descubrir los detalles del texto con frecuencia, corrige muchas de nuestras concepciones previas y malinterpretaciones culturales.


En la Sección 2 se da relevancia al contexto puesto que un estudio adecuado de este elemento ayuda a clarificar el significado real y corregir nuestras ideas preconcebidas al respecto. El próximo capítulo, «el Contexto histórico y cultural», nos ayudará sin duda a rellenar los vacíos y los datos del trasfondo de los pasajes bíblicos con la correcta información cultural e histórica. La Sección 3 desarrolla el asunto del significado y su origen. En ella, se nos estimulará a buscar persistentemente para descubrir el significado que Dios le ha dado al texto en lugar de darle querernos un sentido nuevo, poniéndonos con arrogancia por encima de él. Por último, en las Secciones 4 y 5 consideramos los distintos tipos de literatura que encontramos en la Biblia. Una clara comprensión de los distintos géneros literarios nos ayudará en gran manera a evitar la extrapolación de las normas literarias y culturales contemporáneas a los antiguos textos de la Biblia.


En este capítulo nos hemos limitado meramente a perfilar los problemas que, como lectores, llevamos al texto (bagaje cultural y concepciones previas con las que hemos de tratar antes de entrar en el pasaje). La solución de este problema está en el propio recorrido interpretativo. Esperamos que encuentres gratificante este recorrido. ¡Por nuestra parte no dudamos ni por un momento que merece la pena todo el trabajo y esfuerzo que exige recorrer los capítulos siguientes!


Duvall, J. Scott y J. Daniel Hays,  Hermenéutica: Entendiendo la Palabra de Dios , en Colección Teológica Contemporánea .  Estudios Ministeriales, vol. 26. Barcelona: Editorial CLIÉ, 2008, 119-134.


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